LQSomos. José López*. Mayo de 2011.
Lo acontecido a partir del Movimiento 15-M en España no es una simple protesta de indignación, es una revolución en toda regla, pero una revolución del siglo XXI, de la era digital. Aunque, como toda revolución, tiene sus peligros. Algunas ideas para avanzar en la Revolución.
La lucha de clases, la lucha por la emancipación, es, en primer lugar, una lucha ideológica. Es verdad que las ideas no surgen de la nada, de ningún espíritu santo, que no existen por sí mismas en un mundo aparte, que están enraizadas en lo material, en la realidad concreta y tangible de este mundo, pero las ideas también influyen, a veces decisivamente, en lo material, en la realidad. Las ideas forman parte de la realidad, son al mismo tiempo efecto y causa. ¡No perdamos de vista la dialéctica! ¡No desdeñemos el enorme poder de las ideas! ¡Ni el de los sentimientos! La fe mueve montañas. La fe en otra vida, en un mundo mejor en otra dimensión, desmoviliza, o moviliza estérilmente, pero la fe en este mundo, en la posibilidad de un futuro mejor en este mismo mundo que nos ha tocado vivir, por el contrario, moviliza, fertiliza este mundo para que pueda surgir de él un mundo mejor. La fe en el ser humano posibilita un mejor ser humano. Si yo no tuviera fe en el ser humano, no me hubiera molestado en escribir este artículo, ni ningún otro de mis escritos. Si tampoco me hubiera impulsado la indignación no hubiera iniciado mi, espero que breve, aventura de escritor. La fe, a veces, demasiadas veces, flaquea, pero un ser humano sin fe no es un ser humano. Todos tenemos fe. Lo que nos diferencia sobre todo es en qué tenemos fe, así como la cantidad de fe que podamos tener y la manera de expresarla. No podemos cuestionar continuamente todo. Debemos todos, incluso los que se consideran más racionales, depositar nuestra confianza en ciertas premisas. Quien dice confianza dice fe. Aunque esto no significa que dichas premisas no puedan ser cuestionadas en ciertos momentos, pero hasta que así lo sean, las consideraremos como verdaderas, aunque no nos hayamos molestado en comprobar su veracidad, aunque no podamos demostrarla.
La fe es inevitable, pero no tiene por que ser absoluta, ciega, ni eterna. Nadie puede comprender todo a su alrededor, nadie puede comprender por completo todo el conocimiento acumulado por la humanidad a lo largo de su historia. Cuando nos ponemos en manos de un médico para curarnos demostramos tener cierta dosis de fe en la medicina, en la ciencia. Cuando acudimos a alguien para que nos ayude demostramos tener cierta fe en él o en ella. Podremos tener más o menos fe, pero siempre tendremos algo de fe, podremos creer en unas cosas o en otras, en unas personas o en otras, pero siempre creeremos en algo que en verdad no podemos demostrar por completo, siempre deberemos creer en alguien, aunque ese alguien sea sólo uno mismo, aun admitiendo la muy discutible hipótesis de que podamos vivir sin tener fe en alguien ajeno a nosotros. Si no tuviéramos algo de fe nos volveríamos locos. Los científicos tienen fe en la ciencia, en el método científico, confían, por lo menos durante cierto tiempo, en el conocimiento del que parten para desarrollar todavía más conocimiento. Confían en ciertos principios, como en aquel que dice que ante dos explicaciones posibles de un mismo fenómeno es mejor tomar la más sencilla (el principio de la navaja de Ockham). ¡Pero nadie puede demostrar que la explicación más sencilla es siempre la correcta!
Y hablando de fe. Unos días después de escribir estas líneas, las cuales forman parte de un nuevo libro que estoy escribiendo, a raíz de las manifestaciones del día 15 de mayo de 2011 por una democracia real, ¡ha estallado la Revolución española! Conocida ya en el mundo entero, gracias a su rápida propagación por Internet, como la #SpanishRevolution. Yo reconozco que cuando en mis diversos escritos (Rumbo a la democracia y La causa republicana) postulaba la posibilidad de una revolución democrática española y mundial, incluso predecía que España podría hacer de vanguardia de dicha revolución, me preguntaba si realmente no estaría desvariando. Mis conocidos a mi alrededor me miraban muchas veces con una cara que les delataba: me debían tomar por un loco utopista. Pero la fe que tenía en el ser humano, aunque muchas veces haya flaqueado, me incitaba a seguir promoviendo, en la medida de mis modestas posibilidades, la idea de la posibilidad y necesidad de una revolución para lograr una democracia real. ¡Aunque esa idea pareciese descabellada! Prefería pecar de optimista que de pesimista, de idealista que de derrotista, aunque siempre he procurado ser lo más realista posible. Pero ese realismo, por mor de la dialéctica materialista, la cual ha sido para mí el gran descubrimiento intelectual de mi vida, descubrimiento relativamente reciente de apenas unos tres años, cuando decidí leer a ciertos autores “prohibidos”, me decía que había también que ser idealista, aunque en su justa medida. Ser idealista es ser práctico. Si peco de optimista por lo menos intento cambiar las cosas. El resultado es positivo. Puedo conseguir algo. Si peco de pesimista, no hago nada, el resultado es negativo, seguro. ¿Cuál de las dos opciones es la mejor, la más práctica?
No en vano en el mayo del 68 francés, con el cual ya desean compararnos quienes al principio negaban la Spanish Revolution, con la esperanza de que ésta produzca los mismos resultados que aquél, es decir, ningún resultado práctico concreto, sólo un hermoso y efímero sueño; en dicho mayo francés, decía, se hizo famoso el siguiente lema: seamos realistas exijamos lo imposible. Sin embargo, ahora, en el siglo XXI, nosotros sabemos que lo que pedimos es lo posible, que lo imposible es seguir sin pedir lo posible, sin cambiar el esqueleto del sistema. Como dice uno de los lemas de las pancartas de la plaza de la Solución (como así fue rebautizada la madrileña Puerta del Sol por los revolucionarios): Ni cara A, ni cara B, queremos cambiar de disco. O como dice otro de los lemas, que pasarán a la historia: no somos antisistema, el sistema es antinosotros. ¡Qué maravillosa sabiduría contenida en esas sencillas, breves, pero contundentes palabras! El problema es el sistema. O hablando en los términos informáticos de nuestra época, como dice otro de los maravillosos lemas de la plaza de la Solución, nos hemos encontrado con un error de sistema: Error 404, democracy not found. Debemos depurar el sistema de errores.
Pero dichos errores son muy profundos, son de programación del propio sistema. ¡Hay que cambiar el guión, tenemos un error de diseño y no sólo de implementación! Pero habrá que hacer una reingeniería del sistema, no podemos volver a hacerlo desde cero, debemos rehacerlo de arriba abajo, pero sin dejar de seguir utilizándolo. Aquí no podemos decir apaga y vámonos. Somos todos parte del sistema. Los ciudadanos de a pie somos parte esencial. “Sin nosotros no sois nada” grita la muchedumbre en el epicentro de la nueva Revolución global. Debemos resetear el sistema, pero no podemos apagarlo, el sistema debe seguir funcionando mientras lo reseteamos. Deberemos depurar el código más estropeado e ir progresivamente cambiando distintas unidades de “software”, hasta que todo el viejo software sea reemplazado por otro completamente nuevo. Deberemos migrar el sistema. Necesitamos una nueva versión radicalmente distinta. La versión actual ha llegado a un error irrecuperable. El sistema está cayendo. O ha caído, si consideramos una escala temporal amplia. Unos pocos años o décadas son un instante en la historia. Necesitamos una transición de la versión 1.0, completamente obsoleta, a una versión 2.0 del sistema social. Pero el sistema social está compuesto de diversas capas, de diversos módulos. El objetivo debe ser cambiar el propio sistema operativo, no sólo eso, sino el propio paradigma de diseño y programación. El sistema operativo es la economía. El paradigma es la mentalidad de quienes componemos el sistema, de la cual se nutre, y a su vez nutre, el método de programación. El método de programación es el sistema político.
El principal cambio de mentalidad que se necesita es que el diseño e implementación del sistema deben ser realizados por el conjunto del propio sistema, por todos quienes lo componen. Este paradigma se llama democracia, democracia real, y no la democracia virtual que hemos tenido hasta ahora. La democracia virtual conduce a un mundo virtual, es decir, sin futuro, o, como mínimo, conduce a un mundo humano virtual, donde el ser humano deja de ser humano, donde sus individuos se convierten en robots, en máquinas al servicio de un monstruo inhumano, pero inventado por los propios humanos, llamado mercado, en vez de al revés. El monstruo se ha descontrolado, el monstruo amenaza a su creador: a la propia humanidad. Ésta debe retomar el control de la situación, de sí misma. La democracia real conducirá a un futuro real, es decir, a un futuro posible, un futuro alejado de la autoextinción, física o psicológica, de la propia humanidad, a un futuro realmente humano, en el mejor sentido de la palabra, en su sentido más profundo y amplio, a un futuro que merezca la pena. No somos máquinas, no somos zombis, no somos clones unos de otros, no somos piezas de un engranaje. ¡No somos mercancía en manos de políticos o banqueros! ¡Pero tampoco en manos de ningún sistema!
El sistema debe estar al servicio de los seres humanos, y no al revés. Al servicio de la mayoría, y no de ciertas minorías. ¡Somos seres humanos! ¡Somos una sociedad, no seres aislados que viven en la jungla y necesitan guerrear constantemente unos contra otros para sobrevivir! La sociedad humana sólo podrá sobrevivir si el egoísmo se vuelve inteligente, social, es decir, si se transforma en solidaridad. No es un bello sueño. Es una necesidad vital. El individuo no podrá sobrevivir si no sobrevive la sociedad. No podremos superar el momento decisivo actual si no damos un salto evolutivo, si no se produce el susodicho cambio de paradigma. Ese cambio puede resumirse en la necesidad de que el egoísmo estúpido dé paso al inteligente, el egoísmo antisocial y puramente individual al social. La solidaridad debe ser el nuevo combustible de la nueva sociedad.
Si no cambiamos los seres humanos de actitud, nos vamos al garete. Ser idealista es también ser realista. Quien llega a comprender la dialéctica comprende esta aparente paradoja. Y, hete aquí, ¡maravilloso el ser humano en su impredecibilidad!, que mi pueblo ha iniciado, mucho antes de lo que yo esperaba, lo que podría ser un movimiento revolucionario mundial. ¡Para mi mayor sorpresa incluso antes de que acabara mi aventura pasajera de escribir para intentar sembrar el terreno de las ideas en pos de la democracia auténtica! ¡Pero mi pueblo es realmente la humanidad entera! Si mucha gente no hubiese tenido fe en que era posible un levantamiento popular pacífico y ejemplar (justo como tenía que ser, como sólo podía ser), entonces, tal vez, aún estaríamos hablando de posibilidades, de utopías. ¡Pero la utopía, el 15 de mayo de 2011, ha empezado a dejar de serlo en la Puerta del Sol madrileña, el kilómetro cero, por lo menos, de la Revolución española del siglo XXI! El pueblo español se ha sacudido el miedo que le paralizaba de encima, ese miedo que tanto ha explotado la derecha más rancia para evitar el cambio, ese miedo que tanto ha explotado para imposibilitar el sueño de la Tercera República, amenazando con lo que le ocurrió a la Segunda. La amenaza ya no funciona. Un gran cartel en la plaza de la zona cero de la Spanish Revolution decía claramente: Sin miedo. El pueblo, al despertar, ha dado una enorme lección a todos aquellos ignorantes “ilustrados” de las élites que siempre piensan que las masas son estúpidas y no pueden por sí mismas construir nada. ¡No hay más que ver la enorme sabiduría popular que hay acumulada estos días en una sola plaza, en las pancartas que invadieron la Puerta del Sol, más bella que nunca, invadida de belleza, pero de una belleza humana, no física! ¡No hay más que ver la sabiduría popular concentrada en las plazas de la Revolución de todo el Estado! Lemas que pasarán a la historia como en su día lo hicieron los del mayo francés de 1968.
¡Con la diferencia de que el mayo español del año 2011 tiene un rumbo muy claro y luminoso: la democracia! Ahora no se trata de la imaginación al poder, sino del pueblo al poder, de la realidad al poder. El mayo español es mucho más peligroso porque no es sólo la protesta contra el sistema actual, sino, lo que es más importante, la reivindicación de un nuevo sistema muy concreto y posible: la democracia real. Pero no sólo esto, esta democracia está provista de contenido, no es sólo un concepto abstracto. Los revolucionarios españoles tienen muy claro en qué debe consistir la susodicha democracia real. Esta palabra viene acompañada de muchas propuestas concretas. En esta revolución no hay sólo lemas, hay también manifiestos, consensuados en asambleas, que plantean medidas muy pero que muy concretas y realistas, además de razonables por los cuatro costados. La imaginación es sólo el medio y no aquí el fin. Con una gran imaginación y originalidad, la juventud española, acompañada de muchos veteranos que hacía tiempo que pensaban que ya no iban a ver una revolución, menos en la España del fútbol omnipresente, de la telebasura, del pan y circo, de la “política” salsa rosa, reivindica un lema tremendamente realista: no hay futuro, ni presente, sin el poder del pueblo.
Es un auténtico privilegio haber podido vivir esta hermosa revolución que empieza, y haber podido contribuir con un granito de arena a ella. ¡Nunca pensé que el fruto de mi trabajo lo vería en vida, ni llegaría tan rápido! Aunque, por supuesto, yo no soy el autor intelectual de nada, simplemente puse mi granito de arena en esta causa en la que todos, o casi todos, estamos interesados. Es imposible saber de dónde salieron las ideas para hacer las cosas como se están haciendo. Tal vez yo haya contribuido algo. Tampoco me importa. Lo realmente importante es que el pueblo ha despertado. ¡Éstas son las revoluciones de la era de Internet! Revoluciones horizontales, anónimas, sin líderes espirituales, sin autores, con el máximo protagonismo posible de las masas. Donde no es posible ir a por los cabecillas porque no los hay. Esta revolución no puede descabezarse. ¡Y esto es lo que más les jode! ¡Andan desesperados buscando quién está detrás de esta “conspiración”! Detrás de esta Revolución, que no conspiración (la conspiración permanente es la suya contra la sociedad), están muchos ciudadanos indignados, asqueados, que llevan acumulando mucho asco durante mucho tiempo. ¡Pero, temblad, élites que nos habéis dominado hasta ahora! Los ciudadanos no sólo están indignados, ¡están concienciados! Sabemos ya, sin ninguna duda posible, lo que falla: el propio sistema. No ha valido eso de desviar la atención hacia chivos expiatorios o hacia la superficie de las cosas, nosotros apuntamos lejos, disparamos cargas de profundidad, de mucha profundidad. Decían el viernes 20 de mayo de 2011, en vísperas de la jornada que llaman reflexión (ellos que siempre se han esforzado para que no reflexionemos de verdad) de las elecciones municipales, desde los altavoces de la Comuna de Madrid, la nueva Puerta del Sol, que vendrían los policías a informar sobre la prohibición de las concentraciones y que multarían a los responsables, pero cuando desde dichos altavoces también se dijo que no había ningún responsable, toda la plaza estalló en júbilo.
Desgraciadamente, probablemente, aún no podremos prescindir por completo de los liderazgos. ¡Pero el pastor es cada vez más prescindible! ¡Estamos cada vez más cerca de “abolir” el rebaño! Las revoluciones pueden surgir espontáneamente, sin liderazgos, sin grandes liderazgos, sin liderazgos visibles o claros, como así ha sido muchas veces (no hay más que recordar el mayo del 68 o la Revolución rusa de 1905, no tanto la de 1917). Pero no todo el mundo puede reunirse simultáneamente en asambleas populares para aplicar la democracia directa, no todo el mundo puede negociar simultáneamente con el enemigo vencido para hacer la transición. En las sociedades de millones de habitantes no tenemos más remedio que delegar en ciertas personas para representar al resto. Debemos aprender a discutir directamente, a debatir en primera persona, a pensar por nosotros mismos, a practicar la democracia que practicaban los antiguos griegos en sus ágoras, pero también a delegar, y a controlar a quienes delegamos, correctamente, suficientemente, a practicar la democracia representativa. No podemos prescindir de ninguna de las dos. Ambas se complementan, son dos caras de la misma moneda.
La democracia es democracia representativa, pero participativa, y democracia directa. No podemos organizarnos exactamente igual a cómo lo hacíamos cuando vivíamos en comunidades pequeñas, aunque debamos rescatar de esas épocas ciertas cosas y adaptarlas a los tiempos actuales. La democracia real deberá desarrollar la democracia representativa para que lo sea de verdad, pero deberá también implantar la democracia directa allá donde sea posible, en los ámbitos más locales. Internet, por otro lado, ayudará decisivamente al desarrollo de la democracia, como lo está haciendo para la lucha por la democracia. Tal vez llegue un momento en que podamos fusionar las democracias representativa y directa, en que todos los ciudadanos podamos decidir por vía electrónica. Quizás la democracia electrónica sea la síntesis de la democracia representativa y directa. Esto sólo lo podremos saber con el tiempo, si logramos un contexto suficiente para poder desarrollar la democracia sin obstáculos.
Quien quiera saber lo que es una revolución no tiene más que pasearse por las plazas más céntricas de las principales ciudades del Estado español en esta primavera del despertar del pueblo. Esta primavera del año 2011 que pasará a la historia. Quienes han participado saben muy bien lo que se siente cuando el pueblo despierta y se une. Yo mismo no lo sabía realmente hasta que tuve ocasión de participar en primera persona, junto con mis seres queridos, en la Comuna de Madrid. Uno siente una felicidad compartida inédita. Lo que demuestra irrefutablemente que los seres humanos somos ante todo seres sociales. Somos más felices cuando compartimos nuestra felicidad, cuando nos relacionamos con armonía, es decir, en condiciones de igualdad, con los demás. Ahora comprendo a quienes hablaban sobre la felicidad experimentada por las personas que vivieron la proclamación de la Segunda República española o la Revolución rusa. ¡Aprendamos también que esa felicidad puede transformarse en tragedia, que puede ser efímera! Una revolución se caracteriza por el trascendental hecho de que las masas asumen el protagonismo. Y eso es lo ocurrido en las ágoras de la primavera española del despertar. La revolución se caracteriza también por el hecho de que la historia se acelera. La historia que parece perezosa durante años y años, de repente, se quita las telas de araña y se pone a correr en pocos días, casi se nos escapa de las manos, nos produce vértigo.
¡A mí me han desbordado los acontecimientos e incluso he tenido que pasar algunas noches en vela escribiendo artículos para expresar mis opiniones sobre cómo debían hacerse las cosas en la Spanish Revolution, que me pilló desprevenido, a pesar de propugnarla desde hacía unos pocos años, desde que yo mismo desperté del letargo en el que estaba sumido! Yo pensaba seriamente que era posible, pero por supuesto no sabía ni cuándo, ni cómo surgiría. Incluso barajaba la posibilidad de que no surgiera. La historia está abierta. No ha ocurrido como yo pensaba que iba a ocurrir, ni cuando yo pensaba que iba a ocurrir, aunque tampoco me ha pillado totalmente por sorpresa. Pero desde luego yo pensaba que no iba a ser tan espontánea, que iban a estar detrás de manera más visible ciertas vanguardias. Que indudablemente han existido, como siempre, pero que no han tenido el protagonismo que yo esperaba. ¡El ser humano es imprevisible! ¡Afortunadamente! Pero tampoco totalmente imprevisible. Cuando hablamos de la historia humana nos movemos en los márgenes de lo probable, podemos prever, hasta cierto punto, el advenimiento de ciertos acontecimientos, incluso algo su evolución, pero estamos bastante perdidos, y seguramente lo estaremos siempre, si no tendríamos serios motivos para ponernos a temblar, en cuanto al momento y la manera en que suceden las cosas en la sociedad del Homo Sapiens. Aunque, como digo, a pesar de todo, podemos prever hasta cierto punto. No por casualidad la Spanish Revolution ha surgido en la España de la crisis económica más profunda de sus últimas décadas, del Internet y de la generación joven más preparada, pero con menos perspectivas de la historia española.
¡Estamos haciendo historia! El pueblo se ha levantado ejemplarmente y está desmontando el sistema sin que éste pueda hacer su habitual represión para evitarlo. Esto tenía que ocurrir en los países del llamado Primer Mundo donde las democracias, aunque insuficientes, han llegado por lo menos a un mínimo grado de civilización en el cual la represión brutal, sino imposible, es mucho más difícil. El Estado no se atreve a reprimir por la fuerza bruta (no así mediante otros métodos más indirectos) un movimiento tan masivo, tan cívico, y tan pacífico. Ya lo han dicho en reiteradas ocasiones los dirigentes de nuestro país: las protestas, incluso habiendo desobedecido la ley, esa absurda ley que pretendía acallar la voz del pueblo, que pretendía declarar ilegal la rebelión, han sido totalmente pacíficas. Y esto lo han dicho dichos dirigentes casi lamentándose. ¡Pero la revolución no entiende de leyes! ¡Mejor dicho, entiende de la primera ley, la básica: el poder es del pueblo! ¡El pueblo tiene derecho, como mínimo, a la protesta, a la pacífica rebelión! ¡Ése es el camino, ciudadanos del mundo, no dar NINGUNA opción al enemigo para justificar su ansiada violencia, la única que le puede mantener en el poder! El poder no renunciará así como así, pero no se lo pongamos fácil. La #SpanishRevolution (¡en estos tiempos de la globalización no podía ser de otra manera que la revolución española fuese bautizada en inglés y con el carácter # de las redes sociales de Internet!) se lo está poniendo muy difícil al poder. ¡El pueblo, sin armas, con la razón, con la unión, con el civismo, con el ejemplo, le está impidiendo al Estado burgués ejercer su habitual y macabra hoja de ruta para su protección! Las “civilizadas” élites que nos toman por bárbaros, que justifican su sociedad jerárquica como la única posible “civilización”, están siendo despojadas del poder de manera civilizada, sin comillas, por el pueblo. Éste le está dando una lección al Estado. En pocos días la gente ha sido capaz de organizar un Estado dentro de un Estado. En la Puerta del Sol, rebautizada como la República de Sol, se está construyendo, a pequeña escala, simbólicamente, pero también de manera práctica, una sociedad alternativa, donde la gente colabora entre sí desinteresadamente, en vez de competir, donde la gente participa mediante la democracia directa, en vez de escuchar sumisa y apáticamente, donde se reparten alimentos y bebidas gratuitamente, en vez de hacer negocio, etc., etc., etc. ¿Qué mejor manera de cuestionar el capitalismo que practicando el anticapitalismo? ¿Qué mejor manera de reivindicar la democracia real que practicándola?
¡Cómo no vamos a tener fe en una sociedad humana mejor, en el ser humano! En unos pocos días esa solidaridad, que parecía que ya no existía, ha alcanzado cotas inimaginables para quienes nos hemos acostumbrado demasiado a pensar que el egoísmo es consustancial al ser humano, que el ser humano es esencialmente egoísta. Si después de tantos y tantos siglos de capitalismo, después de toda la labor machacona que hacen los grandes medios de desinformación diariamente para desmovilizar, para desanimar, para acobardar y dividir a las personas, en pocos días brota con fuerza la solidaridad, la alegría, la valentía, es que el ser humano, que indudablemente tiene sus miserias, sus contradicciones, tiene también sus virtudes, grandes virtudes. Dicho sea de paso, resulta patético ver cómo dichos medios de desinformación manipulan y niegan la evidencia de lo que se conoció rápidamente en todo el mundo, menos para ellos, como la Revolución española. Algunos medios ya se van adaptando a la nueva situación y empiezan a denominar a las cosas por su verdadero nombre (aunque aún con la boca pequeña): se trata de una revolución. Cuando la gente toma las calles masivamente y reivindica otro sistema, y no sólo otro gobierno, como así deseaban los defensores más fanáticos del sistema, eso no puede llamarse más que revolución.
¡Cómo no vamos a tener fe!, decíamos. ¿Podemos imaginarnos cómo será el ser humano en una sociedad que fomente durante años y años, durante siglos y siglos, sus mejores características, en vez de al revés? ¿No debemos tener fe en que encontraremos la forma de hacernos cada vez mejores? Nunca debemos olvidar que sólo seremos lo que nosotros decidamos ser, que tenemos cierto libre albedrío (no infinito desde luego, pero tampoco nulo) que debemos utilizar. Lo que ocurrirá con la Spanish Revolution sólo el tiempo lo sabe. Pero una cosa está clara, se nos abren interesantes posibilidades. Una cosa está clara: el pueblo puede tomar las riendas de su destino cuando se lo propone. Pero, cuidado, también puede perderlas. Aunque las perdamos, nunca debemos olvidar que las podemos recuperar, que las tuvimos en algún momento, que cuando nos lo proponemos las podemos tomar.
La #SpanishRevolution, como toda revolución, pasará por distintas fases. Estamos sólo en la fase inicial, mal que les pese a los periodistas lacayos del sistema que se preguntan insistentemente hasta cuándo van a durar las acampadas. Para ellos sólo se trata de acampadas campestres y lúdicas, un botellón extraño sin alcohol (¡qué gran lema preside la Puerta del Sol!: “Revolución no es botellón”). Esos supuestos periodistas se olvidan de que la toma de las calles por parte de la ciudadanía es, ante todo, por encima de todo, una revolución. ¡Pero estas acampadas van para largo, como cualquiera percibe en cuanto se acerca a ellas! El pueblo ha echado el ancla en las calles hasta que sea escuchado. No bastan palmaditas en el hombro ni declaraciones de comprensión diciendo que la crisis es la única culpable. ¡La crisis es el propio sistema! La gente no se va a ir de la plaza de la Solución, de las plazas de las soluciones de todo el Estado español, hasta que se dé con la verdadera solución: un cambio real, profundo y amplio del propio sistema. La Revolución no ha hecho más que empezar. Pero en determinado momento habrá que pasar de la #SpanishRevolution 1.0 a la #SpanishRevolution 2.0. La versión 1.0 debe dar paso a la siguiente, el camino habrá que seguir haciéndolo. ¡Con lo difícil que es iniciar el camino de la Revolución, que la Revolución arranque, con lo excepcional que es que el pueblo despierte, que diga “Basta Ya” y pida cambios sistémicos! ¡No podemos permitirnos el lujo de perder esta maravillosa ocasión!
Pero para proseguir el largo camino que hemos, ¡por fin!, decidido emprender, debemos desprendernos de los posibles errores que estemos cometiendo, debemos ser conscientes de las amenazas que sobrevuelan sobre nosotros, de las que parten de nosotros mismos también. Y entre dichas amenazas podemos citar varias: que las protestas se desinflen por cansancio (como así esperan las autoridades, dada la imposibilidad que han tenido hasta ahora de reprimir brutalmente, a gran escala, el desafío popular), que las protestas no se traduzcan en hechos concretos (como así desean quienes desde los medios más radicales del sistema, todos sabemos de qué medios hablo, dicen que no se pide nada concreto, ¿tal vez no se hayan enterado de la existencia de manifiestos y propuestas bien concretas?, o que se pide cosas utópicas, sin por supuesto “molestar” a sus audiencias, ¿aún las tienen?, en decir qué propuestas son utópicas y por qué), o que los cambios conseguidos sean insuficientes, sean superficiales, que se cambie todo en apariencia para que no cambie nada en el fondo. Estos peligros, entre otros, amenazan siempre a toda revolución. La Revolución triunfará realmente cuando logremos cambios concretos, verdaderos, sustanciales, del propio sistema. Por supuesto, la transformación social llevará mucho tiempo. Pero sí es posible en muy poco tiempo cambiar sustancialmente el sistema político. En otros artículos míos (15-M: Cómo lograr una democracia real ya) intento concretar en qué deben consistir dichos cambios para que sirvan de verdad para transformar la sociedad, para que podamos partir rumbo a una sociedad más libre y justa.
Cuando uno pasea por la plaza de la Solución, aparte de ser contagiado por el ambiente alegre y optimista que le rodea, no puede evitar pensar que existe un claro peligro de que esto se quede en nada, de que sea simplemente un episodio inédito de explosión pasajera popular. ¡A todo el mundo le ha dado por pedir de todo! Parece que hemos pasado del extremo en que todo el mundo se conformaba con todo, en que nadie pedía nada, al extremo opuesto en que todo el mundo lo quiere ahora todo. Vivienda, becas y no hipotecas, trabajo, amor,… Es bueno que la gente proteste. Son legítimas, razonables y posibles las cosas que se piden. Es lógico que la gente pida ahora lo que tanto tiempo lleva retenido en las mentes autocensuradas. ¡Pero no podremos lograr todo en poco tiempo! Por supuesto, habrá que tomar ciertas medidas de choque urgentes para combatir la actual crisis, pero habrá también, sobre todo, que montar la infraestructura política para que sea posible emprender el viaje a una sociedad más racional, para que esas medidas de choque sean sólo el principio de un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Lo que necesitamos es centrar nuestras demandas en las cosas más importantes, más urgentes, en diseñar el vehículo adecuado para poder hacer el viaje a la sociedad mejor que casi todos deseamos y que intuimos que es posible. Para ello debemos centrarnos fundamentalmente en la cuestión de la democracia, sobre todo de la democracia política. ¡No podemos acabar como el mayo francés del 68! Si conseguimos desbloquear el sistema político actual entonces será posible, no sin esfuerzo, no en poco tiempo, todo aquello que anhelamos, que anhelamos de manera realista, que sabemos que es realista pedirlo, pero que ahora pedimos con impaciencia.
Si todos nos centramos más en unas demandas claves, las cuales deben traducirse por fuerza en unas medidas concretas y contundentes que posibiliten el salto democrático, tendremos más posibilidades de que esto no se quede sólo en un bello intento infructuoso. Debemos centrarnos sobre todo en pedir no tanto muchas cosas, sino que cosas muy importantes, básicas, las cuales llevarán a otras muchas. Debemos centrarnos en la infraestructura política, sin la cual la política seguirá vacía de contenido, sin la cual la política será siempre en contra de la mayoría. Es preferible pedir, y lograr, pocas cosas, pero importantes, claves, realizables a muy corto plazo (como la elegibilidad de todos los cargos, su revocabilidad, el mandato imperativo, una nueva ley electoral, referendos vinculantes, la separación de todos los poderes, un referéndum para elegir entre república o monarquía, por mencionar algunas de ellas), que pedir mucho para luego no tener nada. Debemos centrarnos sobre todo en algún concepto que resuma todo lo pedido, que sintetice el cambio democrático que pedimos. Y ese concepto no puede ser otro que la Tercera República. Si alguien tiene alguno mejor que lo diga. Pero la Tercera República no tiene por que ser como la Segunda, como tampoco vendrá de la misma manera, como tampoco está viniendo de la misma manera.
¡Estamos en el siglo XXI! Es verdad que mucha gente está intoxicada ideológicamente por el sistema y la palabra República le da miedo o la asocia automáticamente con cierta ideología. Hay miedo en las plazas de las Soluciones a sacar banderas republicanas, miedo de que esta revolución, nacida como apartidista, pero no apolítica (no hay revolución apolítica, la revolución es el acto más político que pueda imaginarse), pueda traicionar a dicho espíritu inicial de una revolución espontánea de toda la ciudadanía, una revolución sin colores. Hay miedo de que el uso de ciertos símbolos conocidos pueda espantar a mucha gente, puesto que los prejuicios no desaparecen de la noche a la mañana. Confieso que este miedo, totalmente fundado, ha sido infravalorado por mi parte. Pero si hemos dicho que queremos una democracia real, si hemos dicho que hemos perdido el miedo, si estamos despertando, deberemos combatir también esa falsa idea de que la Tercera República sólo puede ser de izquierdas. Con una República neutral es donde las izquierdas, que realmente, en mi opinión, defienden el interés general, podrán gobernar, pero no por la fuerza, sino que por la voluntad popular, por una voluntad verdaderamente libre del pueblo soberano. Pero ese miedo no es el único posible entre los revolucionarios. También existe el miedo de que todo esto al final no conduzca a nada. ¿Es posible combatir ambos miedos? ¿Es posible vencerlos? Yo pienso que sí.
Toda revolución, toda protesta, se hace más eficaz, aumenta sus posibilidades de lograr resultados concretos, si se centra en unas pocas demandas principales, si dichas demandas vienen representadas por ciertos símbolos. Yo he propuesto usar las banderas tricolores, pero hay gente que cuestiona la eficacia de dichas banderas. Es cierto que hay mucha gente que asocia la tricolor con ciertas ideologías, con la Segunda República. Tal vez no les falte razón a quienes critican la estrategia de usar las banderas republicanas “tradicionales”. Tal vez yo esté equivocado al proponer el uso de la tricolor para la Revolución que acabamos de iniciar. Pero yo creo que es evidente que si toda una plaza, si todas las plazas del país, usan un mismo símbolo, la Revolución se fortalece enormemente. Si no nos atrevemos a usar los símbolos preexistentes que nos hipotecan al pasado o a las ideologías demonizadas por el actual sistema, ¿por qué no nos inventamos nuevos símbolos que estén libres de prejuicios?
Yo propongo usar banderas blancas. El blanco es el color de la paz. El blanco es el color “vacío”, vacío de prejuicios. El blanco simboliza la limpieza, el volver a empezar. El blanco es neutro, acorde con nuestra Revolución sin colores, que no sin contenido, con nuestra Revolución apartidista, que no apolítica. Nuestra revolución que quiere romper con el pasado, incluso con sus prejuicios, puede simbolizarse con una bandera que esté, aparentemente, vacía de contenido, que será rellenada en el mismo proceso revolucionario, con una bandera que esté libre de colores políticos preexistentes, que tomará color al calor de la propia Revolución. Si queremos evitar que la gente juzgue la botella por la etiqueta, usemos una nueva etiqueta. Una botella sin etiqueta no tiene fuerza. Una botella con una nueva etiqueta adopta más personalidad, y si la etiqueta no es una de las viejas esto le obliga a la gente a probar su contenido. La etiqueta le ayuda a la gente a reconocer a distancia la botella, a saber de qué se trata, la etiqueta nueva le incita a probar el contenido. El “contenido” de dicha bandera será rellenado por nuestras demandas concretas. Si no usamos banderas rojas, ni tricolores, si usamos banderas blancas, ¿de qué nos acusarán los perros guardianes del sistema?, ¿de pacifistas, de querer la paz? ¿Por qué no hacer un concurso en todas las plazas revolucionarias para elegir coordinadamente, democráticamente, un símbolo que sintetice todo lo demandado en el movimiento revolucionario del 15-M? ¿Por qué no discutir sobre la necesidad de darle a nuestra Revolución un símbolo, un nuevo símbolo? ¿Es que no son importantes los símbolos? ¿Es que no ayudan? ¿Ha existido alguna revolución desnuda de símbolos? ¿Por qué?
Tal vez podamos empezar por construir nuestra democracia real, la del pueblo, eligiendo democráticamente su símbolo, su bandera. ¿No sería esto un acto que nos haría ganar muchos más adeptos en España y en el mundo? ¿Qué mejor manera de reivindicar la democracia auténtica que practicándola en su propia lucha? La originalidad está a nuestro favor. Las plazas de las Soluciones están plagadas de originalidad, basta darse una vuelta por ellas. Nuestra revolución se ha hecho fuerte por la manera en que estamos haciéndola, por la simpatía que ha despertado aquí y allá, a diestro y siniestro. Imaginemos que en todas las plazas donde hay concentraciones hiciéramos cosas en común: rebautizarlas todas con el mismo nombre (usando el idioma correspondiente), como plaza de la Solución (en castellano y galego), de la Solució (en catalá), de la Soluzio (en euskera), simbolizando así que estamos todos unidos pero que somos diversos; inundarlas de banderas (tricolores, blancas o las que pensemos que pueden ser más eficaces para la causa); poner enormes carteles con la palabra República (por supuesto, sin apellidos); coordinar el levantamiento de manos a la misma hora en todos los sitios de España, agitar todos nuestras llaves al mismo tiempo en todo el Estado. ¿No darían estos actos simbólicos coordinados una tremenda fuerza a la causa? ¿No impulsarían la Revolución?
Si logramos centrar nuestras demandas en conceptos genéricos y únicos (como la República) que aglutinen a todas nuestras demandas, que den forma concreta a la democracia real demandada para ya, para ahora y no para pasado mañana, si dichos conceptos los proveemos de contenido (con las propuestas de medidas concretas, como las ya mencionadas, como las que ya se están discutiendo en las ágoras de nuestra Revolución), pero de contenido de calidad y no tanto de cantidad, si no dispersamos nuestros objetivos y nuestras fuerzas, si nos proveemos de símbolos comunes y los usamos en todas las plazas de la Revolución, si nos coordinamos, los peligros inherentes a toda revolución disminuyen considerablemente, asentamos la Revolución, seguimos caminando con fuerza, aceleramos incluso la marcha, pasamos de la #SpanishRevolution 1.0 a la #SpanishRevolution 2.0.
La realización y el resultado de las elecciones municipales no deben hipotecar a la Revolución. Esta Revolución no se ha hecho en contra de dichas elecciones. Se ha elegido este momento simplemente, probablemente, esto yo no lo sé, por ser oportuno, por cuestiones estratégicas. ¿Qué mejor momento para atacar a la falsicracia que cuando el show está en su momento más álgido? Por supuesto, muchos ciudadanos siguen engañados por el sistema. No todo el mundo ha podido acudir a las acampadas y comprobar de primera mano de qué se trata. No podemos pretender que el despertar afecte a todos por igual. Los medios de desinformación han estado trabajando estos días intensamente, seguirán haciéndolo. ¡No seamos ingenuos! ¡El poder no cede a la primera, no se queda de brazos cruzados! A medida que pase el tiempo, si nos mantenemos firmes, si tomamos iniciativas originales, ganaremos adeptos, el poder se dividirá. En toda lucha gana quien se mantiene más firme, quien lleva la iniciativa. ¡No tenemos nada que perder y sí mucho que ganar! ¡Está en juego nuestro presente y nuestro futuro! Si nosotros nos hacemos cada vez más fuertes, ellos se irán debilitando. Seguir acampados no significa no reconocer ningún resultado de ningunas elecciones. Significa denunciar que dichas elecciones, como cualesquiera otras, no van a servir, de hecho, desde el punto de vista práctico, para nada. Nadie en ninguna acampada ha dicho que esté en contra del sufragio universal, de la participación de toda la población en las urnas. ¡No estamos en contra de la democracia! ¡Al contrario! Estamos en contra de esta falsa democracia. Reivindicamos la democracia real y no esta democracia virtual. Lo que estamos denunciando es que el sufragio universal, en las condiciones actuales, es claramente insuficiente. Si nos acusan de no aceptar el veredicto de las urnas, deberemos exigirles que se pueda ir a las urnas para todo, empezando para elegir el modelo de Estado, las propias reglas del juego democrático, y en las mejores condiciones, en un contexto donde todas las ideas tengan las mismas oportunidades de ser defendidas ante la opinión pública, donde quien sea elegido en las urnas esté obligado a responder por su gestión. Condiciones que no se cumplen en la actualidad. Debemos prepararnos para un gran acoso ideológico en los próximos días. Debemos preparar los argumentos a emplear frente a las mentiras que se nos avecinan. El Estado va a contraatacar con todas sus armas y con toda su fuerza, aunque no sea la violencia física (siempre que seamos muchos y pacíficos). La violencia ideológica, sin duda, será descomunal e irá in crescendo a medida que vean que no nos rendimos.
Si sólo logramos que el sistema ceda en algunas cuestiones puntuales, pero no logramos cambiar el propio sistema, no habremos avanzado mucho. Tarde o pronto nos encontraremos con el mismo problema. El sistema procurará ceder lo mínimo posible para subsistir. Como nos ha demostrado la historia, en cuanto tengan ocasión volverán a la carga. ¡No debemos conformarnos con migajas! ¡A la #SpanishRevolution le falta un par de símbolos: una palabra y una bandera! ¡A la #SpanishRevolution le falta un cuartel general! Si no confiamos en las organizaciones tradicionales, si queremos sumar a la mayor parte de gente posible, si no queremos estar hipotecados a las ideologías o a los partidos, ¿por qué no organizar en cada plaza un centro de coordinación y por qué no coordinarse todos los centros de coordinación del país mediante Internet? La coordinación, por ahora, es insuficiente. La #SpanishRevolution 1.0 necesita unos parches esenciales para migrar a la nueva versión 2.0. Si la Revolución no evoluciona, la Revolución se muere, deja de ser Revolución. Una vez pasadas las elecciones municipales, independientemente de su resultado, debemos entrar en una nueva fase. La Revolución debe ser impulsada, pero sólo podrá serlo por quienes la iniciamos: los ciudadanos. Discutamos en las ágoras cómo hacerlo. Este artículo, como todos los míos, sólo ha pretendido aportar su granito de arena.
¡Esto sólo acaba de comenzar!
¡El camino debemos hacerlo nosotros!
¡No perdamos fuelle!
¡Echemos más combustible!
¡No debemos perder la fe en la Revolución!
¡Entre todos podemos!