LQSomos. José López. Marzo de 2011.
El resurgimiento de la izquierda en el siglo XXI no puede ocurrir sin el análisis de los errores que se cometieron en el pasado. La izquierda debe aprender de las experiencias históricas para usar nuevas estrategias. Y dicho análisis hay que hacerlo con un espíritu libre y crítico que cuestione las verdades “intocables”.
La crisis ideológica es la principal causa de la crisis de la izquierda. Como decía Lenin, Sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria. Actualmente tenemos una izquierda dividida fundamentalmente en dos facciones contrapuestas. Por un lado, una izquierda reformista que hace tiempo que ha renunciado a cambiar el sistema, cuya única “ideología” es la sumisión al sistema, al poder establecido, y que por tanto ha dejado de defender los intereses del pueblo, de hecho, se ha convertido en el principal aliado de la minoría dominante (no hay nada más engañoso, y por tanto más efectivo, que el lobo vestido de oveja). Y por otro lado, una izquierda transformadora que no ha renunciado a la revolución pero que se encuentra profundamente dividida y cuya ideología se encuentra prácticamente estancada en los postulados de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Es decir, tenemos una “izquierda” que ya no es izquierda y que ya no tiene teoría y una izquierda fiel a sus ideales pero con una teoría que se niega a evolucionar porque se niega a aprender de las experiencias prácticas contradiciendo la filosofía de trabajo de los padres de dicha teoría, una izquierda anquilosada, marginal y alejada de las masas porque, entre otras razones, se niega a considerar la situación actual y se agarra a los postulados de hace más de un siglo. Tenemos los dos polos extremos, una izquierda que ha renunciado totalmente al marxismo, y una izquierda que se empeña en aceptarlo totalmente sin la más mínima corrección o adaptación. Si bien es cierto que hay distintas corrientes filosóficas pos-marxistas que han adaptado ciertos postulados del marxismo a los tiempos actuales, dichas corrientes no han tenido, hasta ahora, la relevancia suficiente como para convertirse en referencias ideológicas de movimientos políticos o sociales. Dichos intentos de reformulación o evolución de la teoría marxista siguen siendo claramente insuficientes.
Sigue faltando una reformulación global de una teoría revolucionaria adaptada a los tiempos actuales y que tenga en cuenta las experiencias prácticas recientes. Mención aparte merece el creciente movimiento anarquista que, sin embargo, carece, por ahora, de organizaciones que sean capaces de convertirlo en una seria amenaza para el sistema, y cuyas teorías, sugerentes y atractivas, especialmente en estos tiempos de carestía ideológica, no parecen suponer más que el opio de una parte de la sociedad que necesita creer que es posible un mundo radicalmente distinto al actual, a pesar de la existencia de ciertas prácticas anarquistas marginales en algunas partes aisladas de la sociedad y a pesar de un pasado reciente donde organizaciones anarquistas fuertes jugaron un papel muy importante (por ejemplo la CNT en España). No cabe duda de que el auge del anarquismo en nuestros días se debe, además de a la crisis cada vez más evidente y cruda del sistema actual, del capitalismo, y además de a sus propias virtudes, a la crisis de otras ideologías de la izquierda, a la inexistencia de otras teorías o al desprestigio de otras teorías revolucionarias, especialmente del marxismo (a pesar de que en los últimos tiempos éste también parece estar resurgiendo), desprestigio provocado por las aplicaciones prácticas distorsionadas de las mismas. En una época de profunda crisis ideológica como la presente, el anarquismo se está convirtiendo casi en una nueva “religión”. Queda por ver si alguna vez dejará de ser el opio de la izquierda para convertirse en el movimiento revolucionario del siglo XXI. Incluso cabe la posibilidad de que ciertos postulados del anarquismo combinados con una reformulación del marxismo puedan dar lugar a una nueva teoría de la izquierda del siglo XXI. Pero lo que es indudable, es que para poder cambiar la sociedad es imprescindible tener teorías (posibles guiones de la obra revolucionaria), y es imprescindible también adaptarlas al momento histórico presente corrigiendo sus defectos en base a las experiencias prácticas del pasado. Lenin usaba con frecuencia una cita de Goethe que resume perfectamente esta idea: La teoría es gris, pero el árbol de la vida es siempre verde. Y a Engels le gustaba mucho usar el refrán: El movimiento se demuestra andando. Este ambicioso trabajo pretende contribuir, desde una perspectiva alejada de todo sectarismo y de todo dogmatismo, al imprescindible rearme ideológico de la izquierda del siglo XXI.
Como ya expuse en mi artículo Los desafíos de la izquierda en el siglo XXI (el cual forma parte del libro Rumbo a la democracia), la izquierda (la que no renuncia a cambiar el sistema) tiene los grandes retos de recomponerse internamente, de recuperar la comunicación con la sociedad y de desarrollar la democracia para transformar la sociedad (su fin último). Pero dichos retos no podrán llevarse a cabo si no se analizan de forma crítica las experiencias históricas del pasado. Para contraatacar es necesario replantearse las estrategias en base a los éxitos y fracasos de las experiencias prácticas. Sin nunca descuidar la teoría, la práctica manda y debe realimentar a la primera e incluso cuestionarla. Es absurdo no alterar en lo más mínimo la teoría cuando su puesta en práctica ha sido un claro fracaso, es negar la evidencia de la realidad. En la ciencia revolucionaria también es imprescindible aplicar el método científico (como de hecho, propugnaban y practicaban los padres de dicha ciencia). Trotsky decía que toda ciencia, inclusive la “ciencia de la revolución”, está sujeta a verificación experimental. Tras los experimentos del siglo XIX y XX, se impone la verificación de las teorías que los guiaron, como condición necesaria previa para el intento de nuevos experimentos en el siglo XXI. Si asumimos que las crisis del capitalismo son una consecuencia de sus contradicciones internas, entonces la crisis actual de la izquierda también debe ser consecuencia de sus contradicciones internas. ¿Por qué no aplicar también el método dialéctico para analizar las contradicciones internas de la izquierda?
En este trabajo se analizan los principales errores en los postulados teóricos defendidos por la izquierda, los errores de fondo ideológicos y estratégicos que, según mi opinión, fueron las principales causas de las experiencias fracasadas de la izquierda en el pasado. Evidentemente, al colapso de los regímenes llamados comunistas así como al fracaso de las experiencias anarquistas también contribuyeron ciertos errores técnicos o tácticos (además de los obstáculos impuestos por la burguesía, por supuesto), pero éstos, según mi perspectiva, no explican por sí solos el resultado negativo de dichas experiencias, es más, son consecuencia, en muchos casos, de errores de fondo, de raíz. Y éstos son los que son objeto de análisis aquí. Por supuesto, el hecho de que se hayan cometido errores no es incompatible con el hecho de que se hayan logrado aciertos. Que se critiquen ciertos postulados de ciertas ideologías no significa que se cuestionen globalmente dichas ideologías. Este trabajo pretende aportar un granito de arena al debate actual de la izquierda centrándose en los errores cometidos en el pasado, porque, por un lado, no es muy habitual ver escritos sobre los mismos, y por otro lado, siempre se aprende más de los errores que de los aciertos (aunque también es importante saber reconocer estos últimos). Y por tanto, el autor considera que se puede aportar más de esta manera, aunque desde luego también se arriesga más. Siempre es más fácil repetir los postulados de los “viejos” (ya muertos) ideólogos que intentar criticarlos constructivamente en aras de dar un paso adelante en las ideas. Al margen de las opiniones expuestas, con las que se podrá estar de acuerdo o no, obviamente, al margen de lo correcto o no de los razonamientos aquí expuestos, el objetivo básico de este trabajo es sobre todo plantear un debate, recuestionando lo que parece, demasiadas veces, incuestionable. El objetivo básico es intentar aportar algo, aun a riesgo de “morir en el intento”, aun a riesgo de ser criticado implacablemente. Aquí lo importante no es obtener reconocimiento personal (nada más lejos de mi intención) sino que intentar aportar algo a la causa desinteresadamente (el lector juzgará si dicho intento es fracasado o no).
Aunque el proletariado (asimilado normalmente a la clase obrera industrial) en el siglo XIX (época en la que se gestó la ideología marxista) no era aún la clase mayoritaria en toda Europa (el campesinado era la clase más numerosa en Rusia por ejemplo), crecía continuamente y estaba llamado a ser más pronto que tarde la clase mayoritaria (como así fue con el tiempo). El proletariado, la clase mayoritaria en las ciudades, se erigía en representación de todas las masas explotadas, en vanguardia de las mismas, en definitiva, representaba al conjunto del pueblo (no hay que olvidar que su alianza con el campesinado posibilitó la revolución rusa, por ejemplo). Frente a aquellos que puedan objetar que el término dictadura del proletariado en realidad se refería a la dictadura de una minoría, en vez de a la de una mayoría, simplemente decirles que, por un lado, cuando se planteaba la alianza del proletariado con el campesinado (que formaban lo que se podía denominar el pueblo, es decir la mayoría de la población), la forma política de dicha alianza se denominaba dictadura democrática, y que por otro lado, el proletariado estaba “condenado” por el desarrollo del capitalismo a convertirse pronto en la clase mayoritaria (y esto lo tenían en mente los que postulaban la idea de dictadura del proletariado). Es decir, de una u otra manera, se planteaba el concepto de la dictadura de una mayoría o la represión dictatorial de una clase minoritaria por otra mucho más numerosa. Por ejemplo, Marx decía en el Manifiesto Comunista: El movimiento proletario es el movimiento autónomo de la inmensa mayoría, en interés de una mayoría inmensa. Y en Crítica al programa de Gotha afirmaba: Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el periodo de transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este periodo corresponde un periodo político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la Dictadura revolucionaria del proletariado. Por ejemplo, Lenin decía en El Estado y la Revolución: […] la "fuerza especial de represión" del proletariado por la burguesía, de millones de trabajadores por un puñado de ricachos, debe sustituirse por una "fuerza especial de represión" de la burguesía por el proletariado (dictadura del proletariado). […] La dictadura del proletariado, el período de transición hacia el comunismo, aportará por primera vez la democracia para el pueblo, para la mayoría, a la par con la necesaria represión de la minoría, de los explotadores. […] en la transición del capitalismo al comunismo, la represión es todavía necesaria, pero ya es la represión de una minoría de explotadores por la mayoría de los explotados. […] Democracia para la mayoría gigantesca del pueblo y represión por la fuerza, es decir, exclusión de la democracia, para los explotadores, para los opresores del pueblo: he ahí la modificación que sufrirá la democracia en la transición del capitalismo al comunismo.
Por esto, a lo largo de este trabajo, se usarán indistintamente los términos proletariado, pueblo, masas o mayoría como sinónimos. Por esto, el concepto dictadura del proletariado se puede considerar sinónimo del concepto dictadura democrática o del concepto dictadura de la mayoría, en definitiva, se trata de la dictadura de una clase (o de varias clases) o de una vanguardia que representa a la mayor parte de la población, la idea fundamental es la represión explícita por la fuerza de una minoría por una mayoría, la exclusión de una minoría (la burguesía) de la democracia. En la actualidad, podemos considerar que la mayor parte de la población pertenece al proletariado, entendido éste, en un sentido amplio, como el conjunto de trabajadores asalariados que trabajan por cuenta ajena (en cualquier sector de la economía), es decir, que no poseen los medios de producción. Basta recordar la definición que daba Engels a la palabra proletariado: Por proletariado se entiende, la clase de los trabajadores asalariados modernos, que ya que no poseen medios de producción propios, dependen de la venta de su fuerza de trabajo para poder vivir. Y por tanto, el proletariado (aun con sus subdivisiones internas, bajo sus distintas formas) representa la clase mayoritaria de la sociedad.