LQSomos. Julio Ortega Fraile*. Septiembre de 2011.
Señor Oscar Zamorano, sé que siente orgulloso de haber matado este martes 13 de septiembre. Y lo ha hecho con lo que suelen constituir agravantes: premeditación, alevosía y cuadrilla. Sin embargo, lejos de criticarle, le han ovacionado. No le han detenido, sino que en su lugar le han premiado. Lo que yo quisiera denominar como “su crimen” no está contemplado como tal porque constituye una excepción legal. En otro lugar, en diferente momento y con la misma víctima, lo que Usted ha perpetrado habría sido un delito. Hoy, algunos lo llaman proeza.
La víctima: Afligido, un toro de 600 kilos. El lugar: Tordesillas. La ocasión: las fiestas en honor a la Virgen de la Peña. Todos estos factores circunstanciales marcan la diferencia entre el deseo que muchos tenemos de calificarle como malhechor y, en el colmo de la aberración, que además de no poder hacerlo tengamos que ver cómo es tratado como un héroe. Pero las cuestiones formales no pueden jamás desvirtuar la naturaleza de su acción. En este caso perversa.
Por tal motivo tenemos claro que Usted carece de las cualidades indispensables para entender que la vida de un animal ha de ser respetada. Que desconoce valores como la compasión o la empatía. Que no sólo no se duele, sino que se recrea en el sufrimiento ajeno. Que en el reparto de neuronas no le tocó ni una de las denominadas “espejo”. En definitiva, que disfruta matando. Al menos toros, que es lo que le dejan.
Sí, no hay duda de que Usted, Señor Zamorano, era así antes, lo es ahora y continuará siéndolo, no en vano ya alanceó hasta la muerte a otro toro en la vega tordesillana en 2003. Lo desgarrador es que para aquello de lo su conciencia adolece – una patología estudiada y fácil de diagnosticar – existe la aquiescencia del sistema. Llegados a este punto, nuestro asco, nuestra rabia y nuestro dolor, no encuentran más consuelo que la certeza de lo miserable de una existencia que necesita de tales actos para alimentar su ego.
Y dado que no esperamos ni su arrepentimiento ni cambios en su conducta, no va en el fondo esta carta dirigida a Usted, incapaz como será probablemente de reflexionar sobre lo abyecto de su comportamiento, sino que es un grito a una sociedad que en su mayoría jamás disfrutaría hundiéndole a un toro una lanza en el pecho hasta atravesarle el corazón, tal y como hizo Usted esta mañana. Porque a falta de una ley que se lo prohíba, confiamos en que sean los ciudadanos de este País, especialmente sus más allegados, los encargados de recordarle que matar a Afligido no fue una heroicidad, sino una demostración de violencia, mezquindad y cobardía. Mientras tanto, siga disfrutando de tan sangriento honor, que hacerlo ya le define.