27 ago 2011

Tordesillas: las razones (léase aberraciones) de un lancero

LQSomos. Julio Ortega Fraile*. Agosto de 2011.

Justificaciones para la preservar la tortura en pleno Siglo XXI.

Algunos afirman que, hace más de quinientos años, Don Hernando de Vega acabó a lanzazos con un toro que se le cruzó a la comitiva en la que viajaba Isabel la Católica a su paso por la Localidad de Tordesillas. Otros sostienen que el episodio no es verosímil. Y digo yo: ¿qué importa que sea o no fidedigno?


La cuestión sustancial, la verdaderamente trascendental es que, suceso o leyenda, los españoles del siglo XXI podemos presumir de haberla convertido en tradición inamovible que habla de la racionalidad, de la ilustración y la grandeza de nuestro más preciado acervo: un ritual ancestral en el que héroes épicos redivivos asestan lanzadas hasta su muerte a un toro al que aman. ¿Qué expresión de afecto y admiración puede existir más sublime que desgarrarle las entrañas al ser venerado?

Hay quienes declaran sentir aversión y angustia al contemplar la lista de toros alanceados en la noble Villa durante sus festejos. Pobres flojos, ¿qué sabrán ellos del orgullo de conservar las señas de identidad de un pueblo? Esta digna costumbre distingue a los que la llevan a cabo y defienden. No - según aseguran esos apátridas del honor - como amparadores de un acto violento y brutal, sino como adalides del valor y el altruismo que emana de esta justa imprescindible e inmortal, por más que se empeñen en erradicarla un grupo de lunáticos para los que es más importante la vida de un toro – que en definitiva ha nacido para eso – que el orgullo de conservar usanzas milenarias.

Y que se sepa allende nuestras tierras que todos, absolutamente todos los tordesillanos, se vanaglorian de amar y preservar tan inmemorial torneo. Se sienten orgullosos de pertenecer a estos pagos que guardan la memoria centenaria de toros inertes cubiertos de polvo y sangre. El arrojo de esta especial raza de castellanos brota de beber en las hemorragias de una criatura dichosa en su ineludible sacrificio.
Fue concebida, gestada, parida y criada para tan eximia hazaña, del mismo modo que otros seres vinieron al mundo para ejercer una función que tuvieron encomendada durante siglos, hasta que llegaron los “libertadores” con sus ideas progres e, incomprensiblemente, lograron modificar las leyes y poner fin a tan solemnes y rentables disposiciones diciendo que “todos somos iguales”. Habrase visto: iguales dicen. ¡Mentecatos!

Es falso que algunos habitantes de Tordesillas callen su rechazo y que lo hagan por miedo. Las imágenes transmitidas por televisiones en las que se observan comportamientos violentos de los participantes hacia los periodistas y detractores de tan grave lid, no son más que montajes y manipulaciones malintencionadas y sacadas de contexto, porque si algo caracteriza a los lanceros es, como bien se explica en su ideario, la convivencia armónica, el gusto por la libertad, la cortesía, la hidalguía, la solidaridad, las buenas formas y - nada más lejos de esas maledicentes acusaciones de maltrato al toro – el mayor respeto al animal, porque en las normas del Patronato, reglas sagradas, se deja muy claro que se le tratará con la dignidad y honor que su categoría de torneante le confiere, y que nadie osará atacarlo, ni vivo ni muerto, ni de palabra ni de obra.

Algún ignorante habrá que afirme que hundir las lanzas en su cuerpo es agredirlo. ¡Mentira!, cada puyazo lo acerca al Olimpo de los seres legendarios. ¿Qué mayor prueba de deferencia necesitáis animalistas? Nuestro toro no quiere vivir, sino morir con gloria.

Y ya puestos no tengo porque fingir: las agresiones a los opositores no son montajes. Es verdad que se les da su merecido a los que mancillan estos lares para criticar. ¿Acaso es algo de lo que haya que avergonzarse? No. A los lanceros les sobran criadillas para eso y más. Ya está bien de actitudes pacatas y de perroflautas con síndrome de Bambi. Que nadie, ni ciudadanos metomentodo, ni periodistas del tres al cuarto, ni políticos españoles que van de progresistas o extranjeros ignorantes de nuestros más altos valores, son quienes para decidir sobre este amado y mimado toro que, además, se siente feliz en una batalla que apetece y al que no le duelen las heridas porque su bravura actúa de anestésico.

Si serán incultos que hasta se atreven a proclamar que el bizarro astado siente miedo, como si a estas alturas no supiéramos ya que eso es una debilidad únicamente humana. De otros humanos, por supuesto, que jamás nuestra. Y esos estudios científicos que dicen demostrar el sufrimiento físico y psíquico del animal nos los pasamos por el forro de las meninges. No creemos en ellos. Nosotros sabemos más de miuras o de vitorinos que toda esa chusma de etólogos, veterinarios y zoólogos abolicionistas juntos.

A nadie se le obliga a acudir, así que al que no le guste que no venga, pero los que tengan la osadía y desvergüenza de presentarse en Tordesillas para enjuiciar o filmar imágenes y difundirlas después buscando divulgar una crueldad que sólo ellos aprecian, advertidos quedan: ese mismo ideario, sacrosanta escritura del torneante, contempla que sean despedidos en mala hora. Y se hace de tal modo que no les queden ganas de volver.

Los patéticos defensores de los animales que cada año permite el Ayuntamiento que se manifiesten en los arrabales de la Ciudad suerte tienen de estar protegidos por las fuerzas de seguridad del Estado, que de otro modo no se llevarían huevazos e insultos, sino una buena somanta para quitarles la tontería. Mensajes hay escritos en el Foro del Patronato que animan a darles un escarmiento que jamás olviden, lástima que la policía lo impida.

Y sí, es cierto que esta soberbia costumbre recibe subvenciones con dinero público. También es verdad que a la infancia tordesillana se le convierte en testigo informado de tan sublime desafío con la esperanza de que mañana sean ellos, los niños de hoy, los heroicos lanceros que perpetúen este preciado tesoro cultural. Todo eso es así. Pero son razones para el orgullo y nunca para la deshonra. Queremos hijos bragados y no medrosos que se turban ante los estertores de un animal de cuya agonía nace nuestra insigne reciedumbre.

Asegurar que la administración sufraga una tortura y ejecución planificada, anunciada y pública es la mala baba vertida por los pusilánimes que en el fondo nos envidian. No hay vergüenza ni indecencia en consentirla y alimentarla, porque eso es justicia y la demostración de que los políticos locales tienen más redaños que todos esos ecolojetas de por ahí fuera juntos.

Vale ya de hablar de destinar el dinero a partidas sociales en vez de a ensalzar la muerte. Nada más sano para la sociedad que preservar hábitos en los que el hombre pueda demostrar su incontestable superioridad sobre todas las criaturas. Y es obligación moral enseñarle eso a los más pequeños, porque cuando se ejerce sobre animales no es violencia, sino disfrute de nuestros privilegios como humanos sobre el resto de las especies.

Mal que le pese a tanto defensor de los derechos de quienes por su condición inferior jamás podrán tenerlos, el segundo martes de septiembre está a pocas horas vista y ese día, esa gloriosa jornada, Tordesillas, Valladolid y España, la España garante del coraje y caballerosidad que durante tantos siglos nos ha caracterizado, y no esa otra sensiblera, cobardoide y afeminada, volverán, a golpe de renombrado acero de hoja lanceolada y de sangre necesaria, a demostrar que Gandhi no era más que un soñador timorato.

Lo era cuando manifestó que: “Un país se puede juzgar por la forma en la que trata a sus animales”. No lo califico así por la validez de la frase, que la tiene, sino por el sentido que con el que la pronunció, pretendiendo que la vida de las bestias fuese tan respetada como la humana. El pensamiento es acertado sólo si lo entendemos con su interpretación inversa, ya que gracias a este sublime uso, el alanceamiento del toro, se deja claro quién es la criatura suprema que a todas las demás habrá de dominar, y a nosotros se nos podrá juzgar como una raza de intrépidos y audaces capaces además de enfrentarse a quien haga falta por proteger al Toro de la Vega, uno de los escasos vestigios que nos unen a una virilidad que poco a poco se va perdiendo.

Afligido se llama el morlaco de este año. A alguien le he oído explicar que como Condenado habría que bautizar a todos los toros que combaten y mueren en una Vega que es para siempre tierra de denodadas gestas. Qué dañino es el desconocimiento. Estos animales no son víctimas de una costumbre feroz y abyecta, sino seres afortunados por ser escogidos para tan elevado honor, y mil vidas que tuviesen, mil vidas en las que elegirían morir alanceados. ¿O es que algún astado os ha dicho lo contrario?

Dejadnos en paz, pandilla de animalistas acaponados. Jamás conseguiréis acabar con el Toro Alanceado. Nosotros no somos tan apocados como en Manganeses, donde ya no se atreven a tirar a una cabra desde el campanario, o como en Coria, localidad en la que conseguisteis que no se le arrojasen dardos al toro. Sois unos adocenados vacíos de testiculina, que os turbáis por contemplar a un toro vomitando sangre, a dos perros combatiendo y arrancándose pedazos a dentelladas o la decapitación de un ganso. Qué pasa, ¿es que las personas no tenemos derecho a divertirnos? Entendedlo de una vez: los animales no son más que instrumentos a nuestro servicio y podemos hacer con ellos lo que nos venga en gana.

Menos mal que aquí resisten los tordesillanos y su Toro de la Vega, ciudadanos hechos de otra pasta. Todos, porque incluso los que dicen estar en contra mienten para confundiros. Y mejor que sea así y no se les ocurra perpetrar el imperdonable agravio de expresar su rechazo a nuestro sagrado torneo. ¡Faltaría más! Como dijo el gran Millán Astray: “Muera la intelectualidad traidora”, “Viva la muerte”… (Fin de las aberraciones que contiene este artículo).

Quiero que mis últimas frases no sean mías, y abandonar en ellas el pretendido tono irónico del texto que antecede repitiendo las palabras que dirigió Don Miguel de Unamuno al fascista en aquella ocasión, pues me parecen más que válidas ante el miserable espectáculo del Toro alanceado en Tordesillas y los motivos de sus verdugos: “Venceréis (sólo de momento), porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir, y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha”.