5 jun 2011

Sacrificio

LQSomos. Ángel Escarpa Sanz. Junio de 2011.

Antes de empezar a escribir este comentario, releo una vez más el artículo de Antonio Muñoz Molina (Revueltas), con todas las reservas que pueda despertar en cada uno de nosotros, así como la lluvia de comentarios que éste ha promovido, y entiendo de la necesidad de que, todos, sin excepciones, si de verdad queremos salvar este colectivo humano que responde al nombre de español, hemos de acometer la empresa de someternos a una más que valiente autocrítica.


Evidentemente, después de su lectura, uno no puede bajar a la plaza de su ciudad con el mismo talante: las verdades a medias, las viejas propuestas para que todo cambie… ¿Tu verdad? No, la Verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela. Poderoso, inquebrantable, insobornable don Antonio Machado. El mayor mérito de un poeta, un filósofo, un alfarero, quizás sea que, pasadas las modas, es la fuente donde uno gusta volver a beber, como en aquellas aguas donde saciábamos nuestra sed en la adolescencia: Miguel Hernández, Serrat, Juan Ramón, Carlos Cano, Vivaldi, el primer Kipling, Arthur Miller, Leonard Cohen, Moustakí, Gorki, Neruda, Saramago, Mahler, Víctor Hugo, Benedetti, Rosalía…

Alguien dijo un día que, “lo hermoso de volver a Segovia es encontrarse con el imponente acueducto todavía allí”, como aguardando, no solo imponente, sino inamovible, a pesar de las absurdas guerras de los hombres, a pesar de las pasajeras modas y de los fugaces políticos, las numerosas estrellas mediáticas que nacen cada día y se apagan con las luces del atardecer.
Si de algo me ha servido bajar a la “plaza” en estos días, es para escuchar otras voces, otras propuestas, a otras gentes con las que difícilmente hubiera cambiado un saludo en el ascensor en caso de haber coincidido allí mismo con ellas.

La gran lección de esas plazas será que ya no podemos, no debemos ser los mismos de antes. Quizás mañana se levanten las tiendas de campaña, se retiren las garrafas de agua, los rotuladores y los cartones donde escribimos nuestras consignas, nuestras airadas protestas, aquellas cartas al director que nunca ningún director se dignó publicar en el diario de provincias porque quizás El Corte Inglés le retiraría los anuncios…pero ni podemos ni debemos ser los mismos. Y no podremos ser los mismos de antes del 15M porque allí, en la “plaza”, pudimos expresarnos todos: el que, defraudado, votó al PP en las anteriores y el que ya no espera nada especialmente apasionante de su partido; la que acudió allí con su cinta de colores recién estrenada para regalarnos un inocente poema de amor a la humanidad y el que habló allí de “tapizar” la ciudad con denuncias por la corrupción, por los elevados sueldos del alcalde, del presidente del cabildo, por el escándalo de la Playa de las Teresitas; el joven “mochilero” que no ve ante sí otro horizonte que el de esas montañas azules que le ocultan el Roque Nublo; el que, hace años ya, rompió el carné del partido porque ya no esperaba nada espectacularmente apasionante de él; amas de casa, gentes con el pelo totalmente cano  que supieron del frustrante referéndum contra la OTAN, de manifestaciones por la amnistía y por la legalización del Partido, de carreras delante de los “grises”, de detenciones y hostias en comisaría; sesudos profesores universitarios jubilados y ahora militantes de ATTAC, cristianos de base, practicantes de yoga y otras disciplinas.

 Lo bueno de todo esto es que se han visto muy pocas banderas. Hasta es de agradecer que determinadas “sectas” políticas se hayan mantenido a distancia con sus críticas hacia esto que ellos desprecian como algo “montado por la CIA para detener una inminente revolución en España” (creo que el PCF tampoco apoyó el Mayo 68); esto que no sabemos muy bien todavía si etiquetar de revolución, protesta o simple “quedada” de unos cuantos “guarros y guarras  que aprovechan la confusión para practicar el sexo en vivo”, que se oye por ahí. Pero ahí están. Les sobraban motivos para salir a la calle armados de indignación. Pero no sólo blandieron las “porras” (como hizo la “autoridad” en la Plaza de Cataluña) de las acusaciones contra ZP y todos aquellos que les han estafado, económica o ideológicamente, si no que, más allá de las justas acusaciones, elaboraron un manifiesto, con el que es muy difícil no identificarse todo aquel ciudadano que no come de la política.

Sí, si queremos que este país no se vaya definitivamente al infierno, hará falta algo más que un millón de personas en Colón cuando viene el Papa, hará falta algo más que un “líder” puesto ahí por un partido que, en sus veintiún años de gobierno, no ha hecho otra cosa que cosechar fracaso sobre fracaso, mientras el banquero que verdaderamente gobierna con otros “colegas” este país le dice que no debe marcharse ahora que el País naufraga.

 Hace falta todo un pueblo, como en 1931, que apueste por algo más que un partido político. Hace falta renovar unos valores que permanecen encallados en el beneficio y en el sálvese quién pueda. Y eso no lo podrá traer esta monarquía, comida, como el queso de gruyere, por la corruptela y el afán por el enriquecimiento personal. Un día de estos, el pueblo sin carné se echará a la calle y les dirá a todos estos vividores: estamos hartos de estar hartos, estamos hartos del juego sucio, de la corrupción, de sus matones acechándonos como lobos en el interior de las furgonas de la Policía y acariciando sus “chucherías”; estamos hartos del fracaso como padres, como madres, como sociedad; estamos hartos del paro que nosotros no hemos generado, estamos hartos de no podernos mirar en el espejo, porque ahí no se refleja sino la derrota…

Es poco probable que de estos espacios salga un proyecto de sociedad socialista alternativo al ya existente, pero sería de desear que de aquí saliéramos todos más y mejores personas.

Habrá que hacer un formidable sacrificio en la “plaza”. Un sacrificio en el que todos, sin renunciar a nuestras propias ideologías, nos despojemos de algo del lastre que nos impide crecer como país, de las “ropas viejas”. Otros lo hicieron antes que nosotros para traer -hace 80 años- un régimen que fue como una primavera, de la que aún no se borraron todas las señales.
Un último ruego: cuando bajen a la Plaza esta tarde, dejen su programa, su catecismo, en casa, y escuchen a la gente. Puede resultar.

Indignad@s!!!!