(Para cuando no es 8 de marzo)
LQSomos. Beatriz Martínez Ramírez. Marzo de 2011.
En un día como hoy, antes que nada, es saludable recordar que la celebración del 8 de marzo nace de las mujeres socialistas y comunistas, mujeres insertas en el movimiento obrero internacional que entendieron a la perfección, hacia finales del siglo XIX y principios del XX, que una lucha por la liberación del género humano pasaba inexcusablemente por la liberación de tabúes y mitos acerca de la más profunda y antigua de las discriminaciones: la de género que antecede a la de clase.
Gracias a las prácticas de múltiples luchas feministas, protagonizadas por mujeres a lo largo y ancho del planeta, la humanidad en su conjunto deviene más humana. Desde hace siglo y pico venimos contribuyendo de manera notable a la conquista universal de las libertades y de los derechos humanos, a la participación social ampliada en los asuntos públicos y a poner nombre y apellidos, tanto a los explotadores como a los explotados del sistema: nosotras les parimos, nosotras les educamos, nosotras les cuidamos, nosotras les situamos en el mundo. Pero para nosotras, ¿qué lugar en el mundo toleran los poderes establecidos que ocupemos, o que no ocupemos porque “hay asuntos que son sólo de hombres”? La mujer, situada en el lado de la “naturaleza” y por tanto reducida a estrato intelectual inferior, recibe a cambio el trato “protector que merece” porque si no, cómo sería posible que la sociedad cubriera nuestra necesidad vital de afecto y cuidado, de alimentación, de mejora de la salud, de crianza de las generaciones futuras… Hace mucho que las mujeres nos preguntamos por qué estas tareas vienen siendo “feminizadas” cada vez con más empeño y por qué en la realización de las mismas estamos tan solas, tan discriminadas, tan invisibles y despreciadas.
Pero los hechos van poniendo las cosas en su sitio. Las mujeres hemos sido capaces de derrumbar los más altos castillos de la ignorancia acerca de lo que es dado económica, política y socialmente como “natural”. Una invisible mayoría de mujeres venimos resistiendo y también denunciando la explotación ejercida en la sociedad capitalista que nos ha tocado vivir, porque es precisamente sobre los cuerpos de las mujeres que todos los sistemas practican todas sus formas de exclusión y violencia en la larga y extensa historia conocida de las mujeres y de los hombres. Sí, hay que hablar de hombres y mujeres porque el propio término “hombre” subsume la discriminación de género, oculta la explotación ejercida sobre la mujer y sólo sobre ella, así como sus luchas, sus reivindicaciones y sus logros.
Las mujeres somos cada vez más conscientes que sin nuestros cuerpos no habría explotados a los que explotar. Sabemos que dominando y domesticando el cuerpo de las mujeres el sistema domina la sociedad en su conjunto, a todas las sociedades y culturas conocidas hasta la fecha. Por eso la violencia sistémica ejercida en todos los planos de la existencia humana en un mundo en “crisis” es cada vez más selectiva y más demoledora con el llamado “sexo débil”.
Hoy las mujeres no ignoramos que somos precisamente nosotras las que hemos sido desde tiempos inmemoriales unas sometidas “sin causa y sin perdón”, antes tratadas como objetos de mercado que como sujetos con dignidad propia. Sí, hoy como ayer seguimos siendo objetos de intercambio ceremonial y matrimonial entre familias y grupos gracias al canallesco paternalismo que nos coloniza, divide y debilita. Las mujeres sabemos que somos la materia prima para la reproducción social. Sí, somos mujeres, ese saco sin fondo en donde el Estado puede dejar de llamarse de “bienestar” cuando le plazca siempre y cuando nosotras seamos capaces de sacar fuerzas de donde no las haya con el fin de que el “bienestar florezca” en el entorno en el que hacemos la vida. A toda institución socio-política venga de donde venga no le pasa desapercibido este hecho: las mujeres somos luchadoras políticas de fondo. Para bien y para mal, las mujeres y sólo las mujeres hemos sido educadas, entrenadas y domesticadas para cumplir con ese papel. Otra cosa es que nos conformemos con ello.
Sin embargo, todas esas formas de sometimiento, explotación, violencia y exclusión que vivimos las mujeres cotidianamente nos proporcionan unos conocimientos de primer orden precisamente para liderar rebeldías, destruir injusticias y cambiar todo cuanto debe ser cambiado. El poder lo sabe, pero nosotras también sabemos que lo sabe. Nuestros conocimientos prácticos del tejido social son un importantísimo patrimonio cultural en vías de mercantilización y precisamente por eso, porque nuestras identidades de mujer nos las hemos tenido que construir entre nosotras mismas, continuamos en la lucha diaria, sea reconociéndonos la existencia como valientes luchadoras por la libertad y protagonistas directas de tantos avances sociales, o no nos lo reconozcan.
Gracias a nosotras y para la mejora de la condición humana hoy sabemos que:
♀ Desde la prehistoria hasta nuestros días ha venido construyéndose el mito del “varón proveedor”, cuando somos las mujeres las que realmente proveemos el sustento a los núcleos básicos de la sociedad, enfrentándonos hoy con coraje al mortífero ataque de las multinacionales del agronegocio.
♀ La familia y los lazos de parentesco son construcciones político-culturales que nada tienen de “natural”, ni tampoco tienen relación alguna con el sexo de las mujeres. Mas al contrario, el mercadeo con nuestro sexo es yacimiento de explotación y beneficios económicos.
♀ Las ciencias sociales inventaron el ámbito de lo “público” y de lo “privado” para que las mujeres pudiéramos “elegir” en qué ámbito continuar discriminadas y explotadas, si sólo en la casa, o si también en la casa, en el trabajo asalariado y en las tareas del cuidado.
♀ Los sentimientos humanos no tienen sexo ni son “naturales”, al contrario, es el medio cultural quien los crea, los educa y moldea. Si nos resultan imprescindibles porque sin ellos no hay condición humana que valga, ¿quién de entre el género humano tiene el conocimiento para consolar, aliviar el dolor, amar, producir y reproducir emociones?
♀ No es posible superar la división entre clases sociales antagónicas sin incorporar las divisiones de género, raciales y étnicas que atraviesan a las de clase y la fragmentan, reproduciendo desigualdades y exclusiones.
Las mujeres ya no precisamos que nos den las gracias, ni humanas ni divinas, por lo que hacemos, sino por lo que somos y por cuánto aun nos queda por ser.