1 feb 2011

Anno Domini 325 – Nicea

LQSomos. Zerimar Ilosit. Febrero de 2011.

Si hay un tema polémico de conversa que irrite de manera persistente a la iglesia católica romana, es el abordar uno de sus predilectos tabúes: el Concilio de Nicea. Sí, es verdad, fue un acontecimiento que ocurrió hace ya mucho tiempo, concretamente 1686 años, en el entonces denominado Anno Domini de 325 d.n.e. Esta fecha hoy olvidada por muchos, pero no por aquellos que sabemos las consecuencias que ha tenido para la humanidad. Han pasado muchos siglos y por supuesto, no se le debería prestar más atención, pero la historia está ahí con el germen creado en aquella pretérita data.

Resulta pues, que por muchos maquillajes, embustes y hecatombes disfrazadas que la su dicha organización cometió (y continúa cometiendo) a partir de ese anno domini en el precursor de las “evangelizaciones” del mundo, las estadísticas calculan que unos 50 millones de inocentes llegaron a ser designados como “heréticos” por lo que muchos de ellos llegaron a ser achicharrados, entre otras “lindezas” desde aquel patético concilio por lo que consiguieron perpetrar por intermedio  de él lo que solo unas mentes delirantes han podido concebir a lo largo y ancho en los anales de la historia universal. 

Fue así, en este célebre concilio, orquestado por el archí asesino Constantino I, emperador de Roma, cosa que por otro lado él ya había exterminado a sangre fría a doce de sus familiares. Según las crónicas y propio currículo, inclusive a su propia esposa, a líderes religiosos de otros tantos credos diferentes, en una atmósfera de profunda discordancia, celos, desconfianzas, intolerancias solo comparables con el cacareado libro de la biblia. De esta manera impuso los cimientos del actual catolicismo.

Según Voltaire en su “Dictionnaire Philosophique” dice algo así: Se cuenta que en un suplemento del Concilio de Nicea los padres conciliares estaban muy confundidos por saber cuáles eran los libros apócrifos del antiguo y nuevo testamento y los colocaron al tuntún sobre el altar y es ahí que algunos de los libros a descalificar se cayeron al suelo. Fue pues suficiente “milagro” para que éstos fuesen “descalificados por obra y gracia del espíritu santo”.

Además de ese patético acto conciliar no deja de ser significativamente absurdo que el emperador Constantino, hombre de reconocida reputación de inmoral por sus orgias y crímenes, se preocupase con la religión. Mucho menos aún con la cuestión y discusión del concilio acerca de la naturaleza divina del supuesto Jesús, que aún no había sido decretada la fecha de su nacimiento y  sí posteriormente. La fecha “exacta” del nacimiento fue calculada por Dionisio el Exiguo, monje erudito y matemático del siglo VI y el fundador de la era cristiana desde esos momentos. Muchos historiadores creen que cometió varios errores en sus cálculos, aunque nuestro calendario actual se base en éstos. Así pues, el 25 de Diciembre fue oficialmente proclamado por la iglesia en el año 440 DC, para coincidir con las fiestas del Sol Invicto. Bastante tiempo 115, con la gravedad que continuamos sin saber cuándo fue el nacimiento del personaje Jesús, pero si al clero no le importa, nosotros podemos decir que es una prueba más para dudar de su inexistencia.  

En concreto, aquellos momentos se trataba de saber, poner en claro, si Jesús había sido creado o engendrado. Después de infinidades de disputas y altercados conciliares finalmente decidieron que el hijo era tan antiguo como el padre y consubstanciar al padre, o lo que es lo mismo, tenían la mismas edades; pero que por otro lado nos dicen que no tuvieron principios, por lo que la edad ahí no cuenta. 

Pero ese asunto teológico aquí y ahora no nos interesa, conviene saber que en ese polémico concilio parece que hasta entonces no “existía” la denominada tercera persona del actual trío, la Santísima Trinidad, pero sí fue un paso para su introducción.

La fórmula final y magistral de este santo concilio determinó de esta manera: “Creemos en Jesús consubstancial al Padre, Dios de Dios. Luz de luz, engendrado y no hecho y creemos también en el Espíritu Santo”. Todo eso bajo los auspicios de 17 obispos y dos mil (¿?) curas que protestaron, según la Crónica de Alejandría conservada en Oxford, pero que nunca fueron tenidas en consideración. ¿Se imaginan las disputas e intrigas que saldrían hoy en un plató de TV si alguien destapara esa olla de alacranes? La actual cuestión sobre el conflictivo islámico sería como cosas de niñ@s,,, No perdemos las esperanzas que alguna organización del tipo Wikileaks nos traiga esas informaciones a pesar de llevar tantos siglos escondidas como secreto de estado por parte del Vaticano.

En realidad el único interés que el emperador Constantino tenía en todo ese tinglado político religioso, era acabar con las sangrientas luchas por el poder de aquellos primeros cleros cristianos que le perjudicaba su imagen y al mismo tiempo resolver el litigio de la ya decadente religión pagana romana a fin de constituir una nueva religión de Estado más acorde con sus propias necesidades.

El entonces clero cristiano, descendiente del paganismo y cuyas manos estaban manchadas de sangre de las persecuciones a esenios y otras sectas, vieron que con la adopción y reformas oportunas en ese propio cristianismo, por supuesto, podrían sacar provecho y prestigio de santos mártires junto a la opinión pública y al mismo tiempo tener contento a Constantino.

Hay cronistas de la época que llegaron a escribir con espanto: “El triunfo de la cristiandad durante el reinado de Constantino fue considerado como una revolución inesperada y una de aquellas sorpresas históricas que no teniendo relación con cualquier otro fenómeno político religioso del pasado, por lo que casi parece un milagro”.

Constantino insatisfecho aún con las decisiones del concilio, que por otro lado obligó a votar según su voluntad, inauguró la primera persecución sistemática de su gobierno a disidentes cristianos que los denominó de “heréticos” los cuales la mayor parte eran arrianos y que aún tardaría algunos cientos de años en exterminarlos totalmente, sin olvidar otras ramos del propio cristianismo que conforme iban surgiendo eran eliminados, como consta en los anales de la historia.