1 feb 2011

Buenos Aires: La cajita de música

LQSomos. El Negro Rubén. Febrero de 2011.

Viajar después de las 5 de la tarde en el ramal Glew hacia Plaza Constitución en lo que quedó de la vieja línea Roca del Ferrocarril es relativamente cómodo. No viaja tanta gente.

Ahora bien, si elegís alguno de los dos últimos vagones y tu intención es acceder a uno de los asientos, deberás hacerlo pasando sobre un vallado de carros, carritos y carretones. Viajan los Cartoneros.

Viajo los miércoles hasta Adrogué (cuatro estaciones) y elijo los últimos vagones pues me deja justo en la salida, o sea, comparto el viaje con los Cartoneros.
Siempre observo el gesto de los pasajeros que suben en estos vagones, de los que no son cartoneros claro. Hay de todo: los que con naturalidad solo prestan atención por donde saltar para sentarse, otros entre compasión y lástima y otros que condensan en su cara el asco, la discriminación, el fastidio, como el flaco que subió este miércoles en Longchamps que además sin disimulo algo mascullaba, palabras que sus labios, entre otras, dibujaban la letra P. A estos les presto toda mi atención. Ni ellos ni yo, somos indiferentes a lo que nos rodea. Claro que fastidia. Pero ambos fastidios están separados por el abismo de las ideas. Me fastidia la pobreza, la miseria, la marginalidad, que no se solucione la desocupación...

Mi atención se dividió entre el flaco y un pibe de unos seis años que venía descansando sobre la lona de uno de los carros, que quedó a espaldas de mi asiento. Un extraño sonido, que se mezclaba con el traqueteo, venía del lugar del pibe. Al llegar a Burzaco, como quien no quiere la cosa, me doy vuelta. Entre sus manos tenía un juguete de plástico a cuerda, bastante deteriorado. Le daba cuerda y se lo ponía en el oído: ¡era una cajita de música!

Retrocedí más de cincuenta años en un segundo. Yo también de chico tenía una hermosa cajita de música de madera lustrada y muchas veces, a la siesta, una y otra vez le daba cuerda y me la acercaba al oído, mientras esperaba que mi viejo volviera del trabajo. Las imágenes de mi infancia y las del tren se superponían. Me di cuenta que llegamos a Adrogué cuando el tren se detuvo y se abrieron las puertas. Repartí mi atención en no tropezarme con un carro y darle un último vistazo al pibe, que seguía con su juguete destartalado pegado al oído.

Mientras caminaba se me vinieron a la mente los versos de José Pedroni...“cuando estoy triste lijo...larálarálarairárará”..., y me decía: no lo espera al padre que vuelva del trabajo, va con él a juntar cartones, son las cinco de la tarde, volverán de madrugada. ¿Mañana irá al colegio? ¿se dormirá en clase? ¿Qué comerá?...un escalofrío me recorrió el cuerpo: ¿y si los que quieren bajar la edad de imputabilidad, entre los que está seguramente el flaco de Longchamps, se salen con la suya? ¿cuál será su límite?...

Lucharemos por que no suceda...pero si nos ganan y llega el día en que vengan a llevarse al cartonerito del relato, un solo favor les pido: ¡no le saquen su cajita de música!

Cajita de música

Cuando estoy triste
lijo mi cajita de música.
No lo hago para nadie,
sólo porque me gusta.

Hay quién escribe cartas,
quién sale a ver la luna.
Para olvidar, yo lijo
mi cajita de música.

Amarga es la madera
del palo santo
pero es como el amor,
que no huele y perfuma.

Cuando estoy triste
lijo mi cajita de música.
Porque te vas y vuelves,
no he de acabarla nunca.

Te espero, mi tristeza huele a tí,
y es menuda.
Tengo las manos verdes
esta noche de lluvia.

Cuando estoy triste
lijo mi cajita de música.
No lo hago para nadie,
sólo porque me gusta

(José Pedroni – Damian Sánchez)