LQSomos. Julio Ortega Fraile*. Octubre de 2011.
Porque el crimen no lo determina la especie de la víctima
En las últimas horas he visto dos imágenes en Internet correspondientes a dos noticias actuales. Podría emplear varios adjetivos para describirlas: sobrecogedoras, pavorosas, conmovedoras… Da igual. Es un intento inútil. Ningún calificativo transmitiría la sensación de dolor, aversión e impotencia que secuestra mi ánimo al contemplarlas.
El sufrimiento excede a la semántica.En una aparece sentado un orangután hembra con las extremidades atadas y su cría abrazándose a ella. La madre, con aspecto triste y derrotado (sus expresiones y las nuestras son tan similares), sangra por varias partes de su cuerpo. Ocurrió en un pueblo de Borneo donde la gente la capturó, seguidamente trataron de ahogarla en una piscina, la golpearon y lapidaron hasta al fin matarla. Su delito: haber sido sorprendida “robando” frutas para alimentar a su hijo.
En la otra se observa una gran cantidad de sacos apilados y cerrados. Todos menos uno, del que asoma la cabeza de un perro incapaz de liberar del costal el resto de su cuerpo. Son fardos llenos de canes y de gatos preparados para ser introducidos vivos en un horno crematorio. La salvaje matanza se está llevando a cabo en Lysychansk (Ucrania), con el objetivo de librar a la ciudad de su presencia de cara a la celebración de la Eurocopa de fútbol en 2012.
Ahora que nos llamen radicales. Que afirmen que nos importan los animales pero no las personas. Que proclamen que esas criaturas carecen de derechos. O adentrándose más en terreno de la hipocresía y la ruindad moral, que se escandalicen por estos episodios los que aceptan y defienden la lidia de toros, el desollado de visones o el triturado de pollitos.
¿Alguien tratará de impedir lo que todavía se esté a tiempo? ¿Alguien condenará y sancionará a los culpables de lo ya irremediable? ¿Alguien tomará medidas para prevenir estas aberraciones? ¿Lo harán la UE, la ONU, la UEFA, o todas esas siglas no esconden más que una pandilla de miserables demasiados atareados y ambiciosos como para ocuparse de estos “asuntillos”?
Este mundo me da asco. Sé al ser humano capaz de grandezas, pero me vence el pesimismo al comprobar cómo delincuentes y sus secuaces detentan el poder. Tal vez les resulte exagerada mi afirmación si los muertos son monos, perros o gatos. Bien, no eran dos las imágenes que vi, sino tres: la tercera es la de una madre que mira hacia el fondo de una pequeña fosa. Allí reposa el cadáver huesudo de su niño de ¿un año, dos? Imposible saberlo cuando mata el hambre.
¿Quién se atreverá a asegurar que todo lo descrito no lo provocan y permiten los mismos? Sólo cuando entendamos que el abuso, la violencia y la injusticia no dependen de la especie de las víctimas sino que siempre lo son, empezaremos a no ser cómplices de todos estos crímenes.