13 sept 2011

Silencio, se rueda

LQSomos. Ángel Escarpa Sanz. Septiembre de 2011.

Con todo mi respeto para los trabajadores fallecidos en los sucesos del Trade World Center.

Cuando vean la luz estas líneas ya habrán tornado a los arcones patrios, debidamente doblados y en espera de otra ocasión, los pulcros uniformes, las palabras de condolencia y los golpecitos en la espalda; los discursos y las promesas de seguir liderando este modelo de civilización que no se desplomará en tanto quede un solo marine en pie.


Brillante hasta el colmo, allí sólo faltó Jesús Hermida, con su blanca palidez, Diego Carcedo, la palabra precisa de Matías Prats, o el Fernández de Córdoba aquel de…”en el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo…”

Ni una sola fisura, una duda tan solo: cada uno en su sitio y media humanidad pendiente de unas imágenes que formarán parte de la memoria colectiva de ese pueblo.
Nosotros nos quedamos con la incógnita de saber quién dio realmente la orden de derribar las torres. Nos quedamos con la duda, tal vez para siempre también, de saber porqué no había ni una sola persona de raza judía en el momento del atentado, como nos quedaremos con las ganas de saber dónde se ocultan las armas de destrucción masiva del señor Sadam Husein. Pero el diente por diente ha triunfado una vez más.

Si para algo sirvieron aquellos bárbaros atentados, además de para triplicar las ventas de camisetas y de banderas USA y para que se enriquecieran un poco más los encargados del nuevo proyecto, fue para que el mes de septiembre, para muchos, deje de ser el mes de la brutal y alevosa demolición del “gobierno marxista” de Salvador Allende. Para muchos españoles también es éste el mes de la no menos alevosa ejecución de cinco patriotas antifascistas, a cargo de su protegido, el General Franco.

¿Por qué nos odian tanto a los norteamericanos?, se seguirá preguntando todavía el ciudadano de Wisconsin, camino del Walmart.
A ese ciudadano medio bien podría respondérsele que, ahora recogen los frutos de esa América violenta que, no conforme con exterminar a las tribus indias de su propio país, cuando se les quedaron chicas las tierras usurpadas a estos, con sus constelaciones de chicles en las aceras, sus cosechas de rifles, y de productos “made in Hollywood” se dedicaron a invadir todo el hemisferio occidental, empezando por el país vecino, Méjico, y prolongando su imperio hasta la Plaza Roja de Moscú. Despidieron a los católicos adelantados castellanos para colonizar y tiranizar, bajo sus órdenes directas o mediante personas interpuestas: Nicaragua, Panamá, Bolivia, El Salvador, Chile, Perú…Guantánamo, ese rejón que se clava en el corazón de Cuba.

 Además de haber asesinado a tres de sus propios presidentes, a Bartolomeo Vanzetti, Nicola Sacco y numerosos sindicalistas, sofocaron cualquier intento de rebelión o de soberanía, reduciendo a polvo los sueños de progreso donde Anaconda, CocaCola, Mining Corporation, United Fruit, Petruleum Corporation, Gulf Oil Company clavaron su bota. Esterilizaron frondosas selvas, esquilmaron territorios, ¿cuántas cosechas de jóvenes murieron en tu ruta, abuelo Ho? ¿Cuántas de aquellas criaturas que perecieron en Hiroshima y Nagasaki, aquellos días de agosto de hace 66 años, hubieran podido disfrutar de una apacible existencia si no hubiese prevalecido la prepotencia y “Little Boy” hubiese sido arrojada en un campo de amapolas para disuadir y no provocar el horror, en lugar de  lanzarla sobre las poblaciones? ¿Cómo es posible que en la mayor potencia mundial se siga aplicando la pena de muerte, como en los lejanos tiempos del “far west”? Haciendo un considerable esfuerzo podemos entender que, en el país de las oportunidades, llegaran a presidentes de la nación el señor Reagan y el señor Bush (hijo), pero fue una lástima que no le diesen una sola oportunidad a Groucho Marx.

¿Cómo es posible que el país de la libertades, el que mimó y toleró a Noriega, a Pinochet, Duvalier, a los Somoza, Videla, Strossner, Barrientos, Suharto, Batista; los regímenes dictatoriales de Grecia, Turquía; los tolerantes con el déspota de Marruecos, que encarcela, tortura e invade las tierras del pueblo saharaui? ¿Cómo es posible que tolerasen tantos años las dictaduras de la Península Ibérica? ¿Cuántas vidas se cobraron a cambio de la ejecución del “asesor” de la Agencia para el Desarrollo, Dan Mitrione?
¿Dónde estaba usted en el momento de la matanza de los campos de refugiados de Shabra y Chatila, señor Reagan, viendo Los Teleñecos?

 Seguiremos rendidos a las películas de Billy Wilder, guardaremos un emocionado recuerdo y gratitud eterna por la presencia en España de la Brigada Lincoln, en apoyo del único régimen democrático que disfrutamos en nuestra historia, les hablaremos a nuestros hijos y a nuestros nietos de los Mártires de Chicago, de las mujeres abrasadas vivas en una fábrica de Nueva York por reivindicar mejoras salariales, pero no nos pidan que  amemos a América del Norte.