LQSomos. Nicola Lococo. Agosto de 2011.
Se han tomado su tiempo en desmentirlo, pero finalmente, ante la solicitud formal de un colectivo homosexual pidiendo la boda de los conocidos personajes de Barrio Sésamo Epi y Blas, sus padres intelectuales, no han tenido más remedio que declarar que esta simpática pareja, “no son homosexuales; Tampoco heterosexuales: simplemente son marionetas asexuales, amigos en la ficción.”
Declaración que a mi juicio, complica aún más el asunto, porque si bien es cierto que una marioneta es asexuada en cuanto marioneta, el personaje que encarna no lo es si representa una figura humana, como le ocurriera al propio Hijo de Dios y de igual modo que les declaran amigos en la ficción no existiendo la amistad entre las marionetas, así también podrían haberse atrevido a despejar la incógnita que durante décadas viene flotando en el ambiente, en vez de salirse por la tangente.Mucho antes de que los cómics eróticos y los mangas para adultos inundaran los kioscos e Internet, las mentes más calenturientas del planeta ya andaban ojo avizor de los mensajes subliminales que atentaban contra la moral del momento en los inocentes tebeos; conocidos son los chismes que circularon en su día sobre la relación entre Batman y Robin o la mantenida por el Jabato con Taurus que daría para varias semanas de tertulia en “La Noria” reservando un monográfico para el caso del Botones Sacarino.
Con la irrupción de los dibujos animados en la gran pantalla, los ánimos se encendieron mucho más, pues se evidenciaba que los amaneramientos detectados en los personajes no eran meras especulaciones; personajes de Walt Disney como Mickey Mouse o Gufi fueron el blanco de sus primeras denuncias y prohibiciones. Pero las cosas cambiaron de castaño a oscuro, cuando los dibujos animados pasaron del cine a la televisión y de ir dirigidos para todos los públicos, adultos incluidos, a diseñarse preferentemente para el público infantil. Fue entonces, que los púlpitos ardieron contra aquellas series japonesas como “Mazinger Z” que no contentos con presentar a robots en ropa interior a imitación de los Superhéroes, tener un personaje llamada Afrodita Diosa del Amor, la Belleza y del Deseo que en cuanto podía anticipaba el topless con su famoso ¡Pechos fuera! sin ningún pudor introdujeron a un hermafrodita como el Barón Ashler, cosa que no gustó nada por mucho que situaran su figura en el bando del mal de Dr. Infierno, quien para mayor oprobio, éste otro, guardaba demasiada similitud con la imagen que de Dios tienen los niños de anciano de largos cabellos y barba blanca…contradicción simbólica que necesitó de varios años de “Érase una vez el Hombre” para reconducirse por medio de aquel sabio de igual apariencia que aparecía en todos los capítulos.
Aquello destapó la caja de los truenos. Si hasta entonces hubo cierta manga ancha con las series que transmitían valores cristianos de amistad, justicia, solidaridad o fraternidad, de ahora en adelante la censura revisaría de modo implacable cualquier vestigio de indecencia que los dibujos animados pudieran albergar: en su punto de mira aparecieron Tristón de la serie “Don Gato” “El Lagarto Juantxo” y hasta el pobre Bubú; Ninguno de ellos volvió a ser el mismo tras el estrecho marcaje Macarthiano al que fueron sometidos durante aquella otra caza de brujas de la que fueron objeto los libertinos modelos disfrazados de inocentes animalitos.
Pronto se descubrió para horror de las familias y Naciones Occidentales que la sensual relajación moral de los asiáticos había sorteado nuestros valores éticos valiéndose de nuestra buena Fe: Aquella entrañable historia de una huerfanita enmarcada en los bellos parajes montañosos centroeuropeos, camuflaba una relación lésbica entre Heidi y Clara que bien podría entonar el “So Lucky Lucky” que con todo no era lo peor, pues aquellas escenitas de una niña viviendo solita con su abuelito, con seguridad hoy en día no se permitiría su difusión ¡Si Niebla hablara! Con todo, al menos era entre humanos, porque lo de “Pipi Calzaslargas” con el caballo que para colmo se llamaba “Tio” y lo de “Marco” con su mono Amelio, rozaba la zoofilia de modo más descarado que el que fuera insinuado en el pecaminoso cuento de “Caperucita Roja”.
Visto lo visto, era necesario vigilar y controlar muy de cerca, tanto a los creadores como a los guionistas, gente del mundo del arte y la farándula que como se sabe desde antiguo siempre juegan a transgredir las formas y las tradiciones del buen gusto, con el justo fin de controlar la programación infantil. Era escandaloso que una Gallina como Caponata y un Caracol llamado Pérez Gil, siendo como son símbolos del puterio y el hermafroditismo, les hablaran diariamente a los niños; Pero casi fue peor el remedio que la enfermedad, porque sus sustitutos, un Espinete rosa y aquel Don Pimpon, no es que fueran menos sospechosos de pervertir las tiernas mentes de las futuras generaciones.
El Oscar al escándalo, sin embargo llegó de la mano de los “Teletabis”, pioneros en el entretenimiento de bebés que fueron abiertamente acusados de expandir el virus de la homosexualidad entre los más pequeños, mostrando aquellos extraños signos en la cabeza y los bolsos en mitad del vestido color pastel.
A caso por miedo al desprestigio que les pudiera granjear este tipo de campañas pseudomoralizantes, las cadenas han apostado por dibujos animados como “Los Simpson” donde pese a la infinidad de personajes todavía no ha aparecido uno gay declarado o donde la tendencia sexual se canaliza a través de la violencia física o verbal como sucede en “Pokemon”, que parece más instructiva de cara a formar espectadores que disfruten en el futuro de las destrezas interpretativas de cuerpos atléticos como los de Chuck Norris, Schwarzenegger o Van Damme, con cuyos músculos las niñas podrán soñar y los niños gozar no menos que con los famosos Geyperman.