LQSomos. Ángel Escarpa Sanz. Agosto de 2011.
Recientemente, en TV, un joven cachorro de la ultraderecha se quejaba de que la Policía Nacional no les había permitido –a él y a otros “Pro Vida” que pretendían acampar en Sol, como sí lo hacían los “indignados”- acceder a dicha plaza. Por lo que se sentían discriminados, tratando de “abortista” a todo aquel que no estuviera de acuerdo con ellos.
Por lo que a mí respecta, no puedo evitar cierta repugnancia a la hora de suprimir una vida, aunque ésta no sea en su origen algo más que un mero proyecto. Por todo lo cual no me considero “abortista”, si no todo lo contrario: De hecho, soy padre de 4 hijos.
Quién sabe si entre los restos de tanta interrupción voluntaria de embarazos no se habrán perdido proyectos de mujeres y de hombres que bien pudieron haber descubierto la solución para el gravísimo problema del cáncer, del SIDA, del hambre en el mundo. Quién sabe si entre tanto desecho de clínica privada no irán también lo que bien pudieron ser los órganos de ese premio Nobel de medicina, química o economía que nos libere de la tremenda amenaza que se cierne sobre la Humanidad, con tanta guerra, tanta hambruna y tanta miseria como aquellas que hoy asolan al Planeta, que menos méritos reunían los señores Kissinguer, Sharón y Obama y fueron galardonados con el mentado premio.
No me duelen prendas a la hora de afirmar que yo, sobre mis ideas marxistas, también soy “antiabortista”. Por lo cual, creo que es compatible “estar en Sol” en aquellas horas con los “indignados” y no autocalificarme necesariamente de “abortista”.
Quizás la diferencia con esos jóvenes “engominados”, esas señoras tan bien vestidas, con su inevitable pañuelo -comprado en El Corte- para que no se les noten los estragos del tiempo en sus perfumados cuerpos; de “curtidas” pieles de aguardar “cara al sol” en Colón la llegada del Gran Hechicero Blanco de Roma; de hacer cola en Medinaceli, que no de barrer calles, fregar loza ajena ni de hacer cola en las oficinas del paro; la diferencia, digo, es que los papás de aquellos quizás bien puedan pasar un dinero mensual a la madre del niño bastardo, natural, como ustedes quieran llamarlo. En tanto que los padres de ese niño ecuatoriano, que, con otros tres hermanos más, tuvieron que ser cedidos en adopción por no disponer de medios los padres, posiblemente no recuperarán jamás a ninguno de los cuatro vástagos.
Quizás la diferencia entre esas jóvenes rubias que sostienen las pancartas del SÍ A LA VIDA -con la misma firmeza que ayer, tal vez sus abuelas o sus madres, ataviadas con sus vistosas faldas, sus camisas azules y sus boinas coloradas, sostenían los banderines de Falange Española, la bandera con el águila y los símbolos de los Reyes Católicos, las banderas de la Legión de María- y nosotros, los que no nos oponemos a la interrupción voluntaria del embarazo, es que nosotros no les imponemos nada: son ustedes muy libres de tener todos los muchachos que les permita su economía.
Sobre cualquier principio religioso, moral o filosófico, me siento próximo a la mujer que, independientemente de sus creencias, quiere decidir libremente sobre su cuerpo, sin intermediarios, aquí o en cualquier lugar del Planeta.
Lo paradójico del asunto es que ahora son también ellos, sus hijos, los nietos y sobrinas de aquellos mismos que ayer se opusieron desde Fuerza Nueva, desde Alianza Popular, desde Falange Española, desde el ABC; todos aquellos que se posicionaron contra la amnistía, la legalización del partido de los trabajadores, la Ikurriña, la eutanasia, a este régimen de libertades; los que ahora se benefician de él, es que ya no tienen que mandar a la “niña” a Londres para “aquello”.
Podría alargar indefinidamente este artículo pero creo que, a la multitud que se concentra en Colón y la que no lo hace así, sólo nos separa una sencilla bandera: la de la tolerancia.
Los intolerantes son ustedes, que, con sus postulados, lo único que pretenden es que se prolongue más y más la cadena de la explotación, la superstición, la ignorancia y la esclavitud: Nos exigen tener “todos los hijos que nos mande Dios” pero nos escamotean, cuando no nos lo niegan: el trabajo, la vivienda, la salud, ese espacio al sol al que todos tenemos derecho por el solo hecho de nacer. Trafican con el agua, con las medicinas, con los alimentos, con el medioambiente, con todo aquello que podría hacer de la vida en este mundo, para todos, un lugar algo más amable, más apasionante, en lugar de una maldición.
En la cima de esa gran pirámide que ustedes han construido han situado a un dios vengador, al cual no se puede acceder si no es a través de la renuncia a todo aquello para lo que vinimos a este mundo y heredamos este planeta; o bien comprando un costosísimo “pasaje” que sólo pueden costearse los católicos residentes del Palacio de La Zarzuela, el Presidente del Congreso de los Diputados y unos cuántos más de ese “club” de millonarios en el que ustedes han convertido esto de la política, sin obviar a todo ese tinglado de “satélites” que giran en torno a ustedes: banqueros, empresarios, deportistas de élite… y todas esas “cigarras” que se pasan la vida cantando para adormecer las conciencias de los trabajadores y sosegar aquellas que, día a día, asolan este dichoso planeta y lo convierten en un auténtico infierno, en lugar de posicionarse con los más débiles en toda esta historia, que son los más.
No fuera malo que esta iglesia de hoy -la de la JMJ- se hincara de hinojos ante los tapiales de cualquier cementerio donde tanto antifascista fuera fusilado en el pasado -con la complicidad de la Iglesia romana- y pidiera perdón. Sería de desear que, en lugar de condenar, prohibir su lectura y excomulgar al que en el pasado leyera El vicario, de Rolf Hockhurt, viéramos un día a un solo sacerdote católico clavado de rodillas ante cualquiera de esas placas que recuerdan que allí, hace 72 años, fueron fusiladas, por el católico general, 13 jóvenes mujeres, por la sola libertad.
Me llegan cifras del coste de la visita del Papa a España; también me llega la cifra de los 10.000 niños que morirán, solo en Somalia, mientras éste bendice multitudes, recibe a mandatarios y besa a tiernos bebés habidos en “rectos” matrimonios bendecidos por esa misma Iglesia.
(En memoria de Julián Grimau. En el I centenario de su nacimiento.)