LQSomos. Teodoro Santana*. Julio de 2011.
“PSOE-PP, la misma mierda es”. Esta consigna, coreada desde hace años en las calles, refleja una verdad objetiva: que la oligarquía española cuenta con dos grandes partidos que representan sus intereses.
Y que mantiene un simulacro de democracia permitiéndonos la “alternancia”, esto es, votar a uno u otro de esos partidos, vinculados por múltiples hilos, leyes, dependencias, ideología y corruptelas al capital financiero.Toda la maquinaria mediática de la clase dominante trabaja incansablemente para mantener este statu quo. Pero la agudización de la lucha de clases, a raíz de la crisis económica del imperialismo euronorteamericano, está provocando profundas grietas en el tinglado de la farsa.
Desarmada momentáneamente la clase obrera, sin un potente referente comunista unificado y con los sindicatos mayoritarios vendidos ya sin pudor al enemigo, es la pequeña burguesía la que reclama su protagonismo en el escenario político y trata de salir a escena con sus propias reivindicaciones, arrastrando tras de sí a una buena parte de los asalariados.
Esta amalgama de pequeños y medianos empresarios, funcionarios, profesionales, autónomos y estudiantes, se presenta, como no podía ser menos, con su propia visión del mundo y sus propias limitaciones. El objetivo que la mueve no es derrocar el sistema, sino sólo parchearlo a su favor forzando a la oligarquía a pactar con ella. De ahí el carácter puramente reformista de sus planteamientos y la constricción de su horizonte político al orden constitucional burgués.
Y si en el terreno de las movilizaciones el 15M ha sido la expresión de este sentimiento de indignación de la pequeña burguesía ante el deterioro de sus condiciones de vida, agravado por el anquilosamiento del sistema de representación oligárquico, en el terreno político asistimos a una intensa disputa de distintos grupos por ostentar la representación de este sector del pueblo. Y ello, como no podía ser de otra forma, desde la visión del mundo y la cortedad de miras que le son propias como clase.
Dado que en la democracia burguesa la principal actividad política es la electoral, los aspirantes a rentabilizar la nueva situación analizan las cosas con las lentes del electoralismo. Para entendernos, dado que el PSOE se desplaza hacia la derecha, ven como por la izquierda queda un “nicho” por cubrir, el de la socialdemocracia, que corren desesperadamente a ocupar.
De manera que, para ocupar ese espacio electoral, elucubran sobre la necesidad de presentarse como una izquierda “moderada”, “pacífica”, “sensata” y, desde luego, alejada de cualquier propuesta revolucionaria que pueda espantarles a los potenciales clientes-votantes. Su teoría –por mucho que haya sido desmentida por los hechos una y otra vez– es que cuanto más rebajen sus planteamientos, más gente acudirá en tropel a comprar su mercancía.
Tampoco es que sufran mucho por “reprimirse”. La realidad es que, pese a la palabrería izquierdista que les caracteriza a veces, no hay nada que teman más que una revolución. Su perspectiva es puramente aritmética: sumar como sea los votos necesarios para obtener representación, grupo parlamentario, etc., de forma que estén en condiciones de forzar a la oligarquía a pactar con ellos. De ahí la importancia crucial que dan a las leyes electorales.
Tanto por lo uno como por lo otro, nuestros políticos pequeño burgueses se revisten de las reivindicaciones reformistas que no lesionan el poder, dejándolo en manos de la oligarquía, y huyen como del demonio de cualquier reivindicación que desborde el orden constitucional burgués. De ahí que su horizonte sea el “Estado Democrático y Social de Derecho”, y que su “sociedad ideal” sea la de una Europa acomodada y burguesa.
¿Quiere esto decir que los comunistas rechazamos las reformas? En absoluto: defendemos que los trabajadores batallen por conseguir mejoras y las utilicen para proseguir la lucha contra la esclavitud asalariada. Lo que no podemos hacer es limitarnos a ellas y entregar a la clase obrera al reformismo pequeño burgués claudicante que olvida que, cuando la clase dominante concede reformas con una mano, siempre las retira con la otra.
Obsesionada con sus fantasías electoralistas, la izquierda pequeño burguesa está firmemente convencida de que las propuestas comunistas, como la nacionalización de la banca y de los sectores estratégicos, son contraproducentes. Las tachan de “anticuadas”, “radicales”, “puristas” o, directamente, de “locura”. Tiemblan imaginándose cómo los trataría la prensa burguesa y lo mal que quedarían ante la sociedad biempensante. Poniéndose en el lugar de los votantes, y creyendo que la inmensa mayoría piensa como ellos, no ven a los comunistas y al comunismo sino como una pérdida de votos.
En su mentalidad de tenderos, sólo cuentan el debe y el haber. Ante los comunistas pretenden seguir siendo marxistas, para no perder esa parte de la clientela. Pero cuando venden al por mayor, esto es, electoralmente, renuncian al cambio de sistema y lo sustituyen por la “política social” burguesa, por el Estado del Bienestar, por unas cuantas reformitas que permitan que algo cambie para que todo siga igual. Eso sí, suponen que, en el ínterin, habrán mejorado sus posiciones ante la oligarquía.
El problema no es solo que si permitimos la hegemonía de la izquierda pequeño burguesa los objetivos revolucionarios se alejarán aún más, sino que la propia oligarquía, metida en la espiral de la crisis, ya no tiene margen para concesiones “sociales”. Sería volver a sumir a la clase obrera en el sopor socialdemócrata cuando ya no tiene sentido porque la lucha de clases se ha vuelto a cara de perro.
Por eso los comunistas debemos unirnos en torno a un programa revolucionario, de largo recorrido, en una dinámica a la vez pedagógica, de agitación y de organización popular. Porque nuestra estrategia no es colocarnos, sino vencer.