LQSomos. Josep Maria Antentas y Esther Vivas. Junio de 2011.
La jornada del 15 de junio (15J) ha sido de estas que dejan huella. 24 horas que valen por muchas más. Tiempo acelerado y condensado. Marca, sin duda, un punto de inflexión, de resultado incierto, en la trayectoria del movimiento nacido el 15 de mayo (15M).
La movilización ante el Parlament de Catalunya llegaba un mes después del 15M, propulsada por el éxito de las acampadas y las ocupaciones de plazas. Pero también tras varios meses de movilizaciones contra los recortes sociales en Catalunya, capitaneados por los y las trabajadoras de la sanidad. El objetivo era muy claro: mostrar un rechazo decidido a unos presupuestos antisociales, que recortan servicios públicos básicos, en la primera sesión parlamentaria donde iban a ser discutidos. El 15J era un paso más en el intento de detener unos presupuestos destructivos frente a un gobierno decidido a sacar adelante los recortes cueste lo que cueste.
El 15J, el movimiento optó, a riesgo de poder descarrilar, por pisar el acelerador a fondo. El resultado fue una masiva acción de desobediencia civil sin precedentes en Barcelona ciudad. En términos de capacidad disruptiva, de marcar la agenda del día, de hacerse oír..., el balance de la movilización no deja dudas. El Parc de la Ciutadella, en el interior del cual se ubica el Parlament de Catalunya, fue cerrado por el gobierno durante dos días. La sesión parlamentaria del 15J se vió sustancialmente alterada. El presidente de la Generalitat, después de varios intentos fallidos en coche, optó por llegar al Parlament en helicóptero. Lo mismo hicieron varios consejeros y la presidenta del hemiciclo. La sesión empezó tarde y hubo que modificar el orden del día. Un grupo amplio diputados, ante la imposibilidad de acceder al recinto tuvo, que ser trasladado al Parlament dentro de una furgoneta policial y entrando por las instalaciones del zoo (ubicadas al lado del Parlament)... ¡toda una metáfora! Definitivamente el día 15J no fue un día del agrado de los partidarios de la “ley y el orden”.
“Normalidad” fue una de las palabras fetiche de los opositores a la movilización. “Hay que restablecer la normalidad democrática” gritaron al unísono autoridades y medios de comunicación. ¿Qué “normalidad”? cabría preguntarse. ¿La de los cinco millones de parados? ¿La de los miles de desahucios cada mes? ¿La de la inmunidad de los políticos corruptos? ¿La del rodillo neoliberal que con la crisis como pretexto socava sin cesar los derechos sociales? Es precisamente esta falsa “normalidad” la que el movimiento del 15M cuestiona. “No somos mercancías en manos de políticos y banqueros” rezaba el eslogan de la manifestación del 15M.
Desde los tiempos de auge del movimiento antiglobalización, no habíamos visto una movilización con tanta determinación y coraje en sus ganas de desafiar al poder establecido como la del 15J. Las imágenes de los delegados al 3er Encuentro Ministerial de la cumbre de la OMC en Seattle, bloqueados por los manifestantes con sus tácticas de acción directa no violenta, nos vinieron a muchos a la cabeza. Pero las instituciones internacionales eran apenas conocidas por los ciudadanos antes de que el propio movimiento las pusiera en su diana, y carecían de legitimidad alguna o simbolismo democrático. Dada su propia naturaleza resultaba difícil por parte de los partidarios del actual modelo económico hacer demagogia en nombre de la democracia defendiendo al BM, al FMI, la OMC o la UE, como sí ha sucedido ahora.
A diferencia de Grecia, el asedio al Parlament no se dio en un contexto de sublevación popular, sino en un contexto de ascenso de un movimiento que goza de amplias simpatías, pero que todavía no se han transformado en adhesión militante a la lucha, y con una base social movilizada aún reducida. El 15J, siendo de gran magnitud en términos de acción de desobediencia civil en la que participaron quizá unas tres mil personas, no fue una jornada de movilización de masas. Ello explica la contundencia del ataque contra el movimiento, por parte de un poder político que lucha a la desesperada para evitar que la corriente de simpatía popular hacia las acampadas y las ocupaciones de plazas se transforme en un movimiento de masas.
Los opositores al movimiento, más allá de algunas voces irreductibles, habían estado hasta ahora bastante pasivos, desbordados por un movimiento que no esperaban y por las simpatías que despertó. (Tantas, que posiblemente incluso al movimiento le salieron falsos amigos de conveniencia). Pero el acelerón del 15J y la elevación del listón del nivel de la confrontación ha provocado un contraataque en toda regla de una magnitud no prevista, quizá por error, por parte del movimiento. Después de varias semanas desarrollándose en un ambiente político y mediático bastante favorable, por primera vez éste se enfrenta a un ataque generalizado desde el poder político y los medios de comunicación con el objetivo de aislarlo, debilitarlo y destruirlo.
El ataque mezcla, más o menos deliberadamente, dos argumentaciones: la supuesta ilegitimidad de una movilización presentada como antidemocrática y su presunto carácter violento. Vistas de cerca ambas argumentaciones carecen de solidez.
El argumento demagógico que la protesta era un "secuestro del Parlament" y un "ataque a la democracia" es inaceptable. No son los y las manifestantes quienes tienen secuestrado el Parlament, sino el poder económico y financiero. Son los intereses de los grandes grupos empresariales quines lo hicieron ya hace tiempo. Y, todo hay que decirlo, sin encontrar mucha resistencia por parte “sus señorías”, presos de un evidente síndrome de Estocolmo ante el poder económico.
Quienes entonan el mantra de que el Parlament es el dipositario de la soberanía del pueblo catalán y que los diputados son los únicos representantes legítimos del pueblo y que organizar una acción de desobediencia civil para “parar” simbólicamente el Parlament es antidemocrático, “olvidan” muchas cosas.
Primero, obvian que una parte muy importante de los ciudadanos de Catalunya (abstencionistas, votantes en blanco, nulo y opciones extraparlamentarias) nunca ha votado por ninguna de las opciones presentes en el Parlament. Y que hay muchos más ciudadanos que no votaron al partido gobernante, CiU, que los que sí lo hicieron.
Segundo, no parecen tener en cuenta que muchos de los votantes de algunas de las opciones parlamentarias lo hacen a menudo desde una creciente desafección, como mal menor, y que comparten plenamente las demandas del movimiento.
Tercero, pasan por alto un “detalle” fundamental: ni los recortes, ni los rescates bancarios, ni tantas muchas otras tropelías, han pasado por las urnas. No figuraban ni siquiera en los programas electorales de los partidos en el gobierno. Es precisamente el movimiento quien ha formulado propuestas de referéndum sobre los recortes y las medidas de ajuste, como en Grecia o Islandia. Es el movimiento quien formula propuestas democráticas, quien pide que se de voz al pueblo de Catalunya. Y es el gobierno y el Parlament quien lo niega. El mismo Parlament y gobierno que viene aprobando una y otra vez reducciones de derechos, regalos a los privilegiados y ataques al medioambiente. Pocas lecciones de democracia pueden venir de quienes recortan en permanencia derechos fundamentales a las personas y restringen las libertades.
Finalmente, reducir la idea de democracia al “parlamento” y a “cargos electos” es mostrar una visión simplista y superficial de lo que es la democracia. Ésta no es sólo sinónima de “parlamento” y “elecciones”. La democracia es también la participación, la autoorganización, las movilizaciones... Definitivamente su idea de democracia, ¡no es la nuestra!
Que no haya dudas: la decisión de “parar el Parlament” es perfectamente legítima. ¿Dónde está el escándalo en abuchear a los diputados? ¿O en intentar entorpecer la discusión de unos presupuestos que suponen un grave atentado a los derechos sociales?. Después de largos meses de movilizaciones en la sanidad, en la educación, de acampadas y ocupaciones de plazas y ante un gobierno que avanza como una apisonadora, la desobediencia civil de masas era un paso más en una lucha de largo recorrido. Algunos afirman que la acción del 15J es ilegal. Olvidan que no todo lo legal es justo, ni que todo lo ilegal es ilegítimo. La historia está llena de movilizaciones y luchas al margen de lo que marcan las leyes, unas leyes que no son neutrales sino resultado de las relaciones de poder entre clases y grupos sociales.
El argumento del “ataque a la democracia” se mezcla con la crítica a la “violencia” de las y los manifestantes. La campaña mediática y política contra el movimiento magnifica interesadamente incidentes aislados de una jornada de movilización que, siguiendo los criterios de los y las convocantes, tuvo esencialmente un carácter no violento y pacífico. Las calificaciones de “kale borroka de baja intensidad”, “tácticas de guerrilla urbana”, “comportamientos de extrema violencia” formulados por el presidente Artur Mas y el consejero de interior Felip Puig están absolutamente fuera de lugar.
A pesar de la histeria mediática, la realidad es que las protestas del 15J se caracterizaron por su poca violencia, en lo que se refiere a los manifestantes, más allá de hechos aislados. La violencia más agresiva, como en tantas ocasiones, vino de la actuación policial, dejando cuarenta heridos (sin olvidar a los detenidos y las amenazas de nuevas detenciones), de los cuales prácticamente no se habla. Una actuación policial, por cierto, que tuvo lugar en el marco de un dispositivo extrañamente inadecuado para hacer frente a la movilización. ¿Incompetencia de los mandos policiales? ¿Intento deliberado de facilitar situaciones tensas entre manifestantes y diputados para deslegitimar la protesta? Siempre quedará la duda, pero la segunda posibilidad parece bastante probable.
La reacción del conjunto de los partidos parlamentarios a la jornada del 15J fue monolítica. Oposición frontal a la protesta. Vimos en directo un ejemplo lamentable de solidaridad grupal entre la clase política y los políticos profesionales, todos incómodos por esta molesta irrupción del movimiento. Definitivamente los políticos profesionales trabajan mejor con el pueblo desmovilizado y pegado al televisor. Pero lo más lamentable fue la actuación de los partidos de “izquierdas” que, a pesar de posicionarse formalmente contra los recortes sociales, no dudaron en firmar una declaración conjunta de todos los grupos parlamentarios de repulsa a la movilización y de defensa numantina de la (su) normalidad institucional. La actuación de la coalición ICV-EUiA fue particularmente impresentable.
Viendo el triste papel de ICV-EUiA y de la izquierda parlamentaria en general, el 15J, más que nunca, echamos en falta la existencia de un referente político anticapitalista que rompiera el consenso parlamentario: una izquierda valiente que hubiera anunciado su negativa a participar en el pleno, a pedir su suspensión y a exigir la marcha atrás de los recortes. Ello habría ayudado a romper el consenso de aquellos que gobiernan a favor de las empresas y de los privilegiados y aportar legitimidad al movimiento. No es ésta, sin embargo, la política de la izquierda parlamentaria catalana cuyo alineamiento incondicional inicial con los partidos de la derecha, en contra del movimiento y con una retórica criminalizadora muestra una vez más su honda renuncia a cualquier horizonte de transformación social.
Después del 15J estamos inmersos en una batalla por la legitimidad. Le toca ahora al movimiento hacer un esfuerzo de pedagogía para explicar los porqués de la movilización ante el Parlament y contestar la demagogia. Es hora de desplegar una estrategia inteligente frente a la criminalización, para evitar el aislamiento y el alejamiento de su base social natural. Es necesario contra-argumentar bien, para ir abriendo brechas en un discurso mediático que, pasadas las primeras horas tras el 15J, va a ir resquebrajándose de nuevo y haciéndose menos hostil. Hay que entablar una discusión política bien argumentada con aquellos sectores sociales, organizaciones, periodistas... que genuinamente han podido ser víctimas de la histeria anti-movimiento y de las argumentaciones de que se “había ido demasiado lejos”, para así hacerlos bascular de nuevo hacia el movimiento.
La jornada de manifestaciones del próximo domingo 19 de junio será un test fundamental. Las manifestaciones que tendrán lugar en varias ciudades del Estado español, y en particular la de Barcelona, deben servir para traducir en movilización las simpatías que el movimiento ha despertado desde el 15M y, ahora más que nunca, mostrar su amplio apoyo social. Después del acelerón del 15J, se necesita una movilización masiva portadora de legitimidad. Una movilización de masas es ahora fundamental para el futuro de un movimiento que no ha hecho más que empezar.