LQSomos. José López*. Septiembre de 2011.
El Estado “democrático” español, la “democracia” burguesa en general, se pone cada vez más en evidencia.
Lo acontecido en los últimos meses en España, en Europa, en el mundo en general, demuestra de manera contundente por qué la democracia liberal no es la democracia real, por qué la llaman democracia y no lo es. Surge el 15 de mayo de 2011 en el Estado español un movimiento popular pacífico que reivindica la democracia real, más y mejor democracia. ¿Y cómo responde el sistema supuestamente democrático? Reprimiéndolo, demonizándolo, obviándolo. Así como a las personas se las conoce de verdad especialmente cuando las cosas van mal, al Estado “democrático” burgués se le va conociendo cada vez más cuando las crisis del capitalismo (inevitables por la propia lógica capitalista) surgen o se agudizan. No sólo la democracia liberal se estanca (ya lo estaba desde hace tiempo, y no sólo en España donde la “democracia” que sucedió al franquismo fue especialmente diseñada para derechizar la sociedad, para perpetuar el dominio de la oligarquía franquista), no sólo huye de todo avance (¿qué avances democráticos se han producido en las últimas décadas en Europa o Norteamérica?), sino que retrocede. Sin embargo, nada de lo que está ocurriendo en la actualidad es producto de la casualidad o de simples traiciones personales de tales o cuales políticos, de tales o cuales sindicalistas, de tales o cuales organizaciones. Lo cual no significa que no se hayan producido dichas traiciones. Lo acontecido es sobre todo producto de la propia dinámica capitalista, en la que esas traiciones son casi inevitables, como mínimo muy probables (como ya denunciaban muchos revolucionarios a finales del siglo XIX y principios del siglo XX). El capitalismo necesita evitar a toda costa la auténtica democracia. Necesita afianzar su dictadura disfrazada de democracia, su oligocracia. Más, si cabe, cuando se siente amenazado. En el libreto Las falacias del capitalismo intento desenmascarar al capitalismo y su falsa democracia.
Quienes se escandalizan ahora de que el bipartidismo capitalista impone cambios constitucionales al margen del debate público y de la voluntad popular para imponer el neoliberalismo (valga la redundancia, pues la imposición es doble, de fondo y de forma), parecen olvidarse de que en el artículo 38 de nuestra actual Constitución se dice textualmente: “Se reconoce la libertad de empresa en el marco de la economía de mercado. Los poderes públicos garantizan y protegen su ejercicio y la defensa de la productividad, de acuerdo con las exigencias de la economía general y, en su caso, de la planificación”. Es decir, ahora, para algunos suena escandaloso que se quiera imponer el neoliberalismo constitucionalmente, ¡pero esto no es más que el intento del capitalismo de blindarse legalmente todavía más! El capitalismo ya estaba blindado legalmente, formalmente, además de estarlo de facto por el control que ejerce el poder económico sobre toda la sociedad (al incumplirse el principio elemental de la separación de poderes, al depender todos los poderes, de manera más o menos directa, más o menos sutil, del capital). Si ahora mismo, incluso si la actual reforma constitucional no se llevara a cabo, llegara al gobierno un partido que propugnara el verdadero socialismo, se encontraría con un serio problema: necesitaría reformar la Constitución pues en ella el socialismo (es decir, una economía distinta a la del “libre” mercado) está prohibido. ¿Qué clase de democracia es esta en la que se impone cierta ideología en su ley de leyes? ¿Puede haber realmente pluralidad en tal tipo de democracia? ¿No es la pluralidad la principal seña de identidad de una democracia? ¿Qué libertad es esta donde sólo hay una o unas pocas opciones posibles, donde cada vez hay menos opciones?
Sin embargo, muchos de quienes critican ahora que se quiera imponer el neoliberalismo, repito, se olvidan del hecho fundamental de que el capitalismo ya se imponía legalmente. Esta nueva reforma que el PPSOE pretende llevar a cabo (que logrará hacerlo si el pueblo no lo impide masivamente) supone un paso más en un proceso largo en el que el capital ha ido vaciando de contenido su pretendida democracia en la que supuestamente se sustenta. Y no sólo muchos izquierdistas se olvidan de que el capitalismo ya se imponía en la Constitución, sino que incluso otros muchos izquierdistas, al mismo tiempo que critican esta reforma, reivindican la República socialista. No son coherentes, no son democráticos, quienes, desde la derecha o incluso desde la izquierda, critican a Cuba o Venezuela por imponer el socialismo en sus constituciones, al mismo tiempo que imponen el capitalismo en la Constitución de su propio país, o como mínimo hacen la vista gorda ante tal imposición. ¡Pero tampoco aquellos izquierdistas que denuncian la imposición constitucional del capitalismo (o del neoliberalismo) al mismo tiempo que reivindican la imposición constitucional del socialismo! Incluso aun en el supuesto de que el pueblo eligiera marcar a fuego el socialismo en la Constitución mediante referéndum, dicha decisión no podría ser considerada como democrática (aunque desde luego el método sería mucho más democrático que la imposición que pretenden hacer en España el PSOE y el PP al margen del debate público y de la voluntad popular). Una decisión es democrática cuando se toma mediante votación democrática pero también cuando tal decisión no atenta contra los principios más elementales de la propia democracia. Por ejemplo: ¿Sería democrático elegir por mayoría prohibir la libertad de expresión? Como todo en la vida, la democracia también tiene sus límites. Remito a mi artículo Los derechos humanos.
La Constitución de un Estado realmente democrático, en mi opinión, debe establecer “tan sólo” las reglas básicas del juego político para que dicho juego sea realmente limpio, dinámico, democrático. No es de recibo, no es democrático, que ninguna ideología, que ninguna opción política, que ninguna facción de ninguna opción política, se imponga constitucionalmente, se marque a fuego en la ley de leyes de un Estado que pretenda ser democrático. Es una condición necesaria, pero no suficiente, para tener una democracia real el que no se imponga ninguna ideología en la Constitución. Es una condición necesaria pero no suficiente porque la democracia real no es posible sin la democracia formal, pero ésta aún no es aquélla. Además de leyes, se necesita aplicarlas eficazmente, se necesita crear un contexto material concreto en el que sea posible llevar a la práctica el espíritu proclamado por las leyes. El pueblo debe tener la posibilidad de elegir cualquier opción política, pero también de cambiar de opinión en cualquier momento, y de hacerlo de la manera más rápida y eficaz posible (los cambios constitucionales, con la participación popular, precedidos por amplios y plurales debates, es decir, bien hechos, son lentos). El pueblo tiene derecho a elegir el sistema económico que desee, ya sea éste el capitalismo, el socialismo, o cualquier otro “ismo”, sin trabas legales, sin limitaciones. En todo caso, las únicas limitaciones del juego político deben ser los propios derechos humanos más elementales.
Si reivindicamos la democracia real, no podemos, no debemos, como así le pasó a la izquierda tradicional, tanto reformista como revolucionaria, caer en el error de querer imponer ninguna ideología en la ley de leyes de un Estado que pretenda ser democrático. La oligocracia capitalista actual sólo puede ser superada con la democracia real, y no con otra oligocracia, aunque adopte otras formas. Muchos izquierdistas confunden la democracia con la “democracia” burguesa, ¡cuando la burguesía, cualquier minoría, sólo puede imponerse sobre la mayoría de la sociedad antidemocráticamente! La dictadura burguesa no puede ser superada con otra dictadura. No se trata de sustituir una minoría dominante por otra, sino de evitar que cualquier minoría domine. El fracaso de la izquierda reformista (incluso admitiendo sus buenas intenciones, lo cual ya es mucho admitir) se debió fundamentalmente a confiar en exceso en la democracia burguesa, especialmente diseñada a la medida del capital, de la burguesía. Su error consistió en no percatarse de que realmente la democracia liberal es la dictadura del capital, de los mercados, de la burguesía, en no percatarse de que es una dictadura más o menos camuflada (y aquí reside su eficacia, en que es una dictadura más sofisticada, más elaborada, que cualquier otra dictadura). La izquierda reformista no quiso o no supo desarrollar la democracia burguesa. Sin desarrollar la democracia burguesa (empezando por aplicar eficazmente alguno de sus principios teóricos fundamentales, sobre todo la separación de poderes) es imposible que el proletariado, que las clases populares, tengan realmente el poder. A los hechos podemos remitirnos. Era, es posible desarrollar la democracia liberal (no es posible prescindir de muchos de sus principios teóricos esenciales si deseamos la democracia real), pero la izquierda reformista no sólo no lo ha hecho sino que ha contribuido decisivamente a la involución democrática. Es imposible ya no ver esto en los tiempos actuales. Hay que estar ciego o mirar para otro lado para no verlo.
El fracaso de la izquierda revolucionaria consistió en sustituir una dictadura por otra, un Estado clasista por otro, la oligocracia capitalista por la burocracia “socialista”. A dicho fracaso contribuyeron muchos factores. El contexto material de la época no puede ser obviado, pero dicho contexto no explica por sí solo la degeneración que sufrió la URSS. Tampoco podemos explicarla satisfactoriamente tan sólo por las traiciones personales. Esa degeneración se produjo también por los errores metodológicos, ideológicos, del marxismo-leninismo, incluso del anarquismo, el cual fue incapaz de plantear una alternativa seria al capitalismo o al marxismo. No puedo en este breve artículo desarrollar plenamente estas ideas, que soy consciente de que pueden sonar mal a muchos izquierdistas revolucionarios, de que pueden parecer incluso “sacrílegas”, de que pueden parecer simple palabrería barata sin contenido, sin fundamento. Éste es el precio de la concisión. Tan sólo le pido al lector bienintencionado que dé una oportunidad a todo esto que digo. En mis diversos escritos explico todas estas ideas minuciosamente. Todos ellos están disponibles gratuitamente y para su libre distribución en mi blog. En ellos podrá ver por qué digo lo que digo en este artículo resumidamente.
En el artículo Relativizando el relativismo explico que los errores profundos del marxismo y del anarquismo se produjeron fundamentalmente por aplicar mal el relativismo, mal uso que se tradujo en un exceso o defecto de determinismo. En un caso, en el anarquismo, se dijo que había que abolir el Estado de manera inmediata, rompiendo de manera demasiado abrupta con el presente y el pasado, imposibilitando así “conectar” el futuro deseado con el presente; en el otro caso, en el marxismo, se dijo (correctamente, a mi entender) que era inevitable una transición, pero no se especificó suficientemente cómo debía hacerse y se utilizó un concepto (la dictadura del proletariado) impreciso, ambiguo y peligroso, que atentaba en verdad contra el propio marxismo, contra su ADN, el materialismo dialéctico. Atentaba porque, tal como proclama la dialéctica, el fin está contenido en los medios, los medios y los fines se influencian mutuamente. No puede alcanzarse una sociedad emancipada si no se va practicando de camino la emancipación, si la democracia va menguando en vez de creciendo, si no se produce un salto posible (para lo cual hay que ser suficientemente realista) pero también suficiente (para lo cual no hay que caer en el fatalismo, para lo cual hay que también ser suficientemente idealista, es decir, ambicioso). La libertad es al mismo tiempo medio y fin. El camino se hace al andar pero hay que tomar la dirección adecuada y usar el vehículo adecuado. La democracia real es al mismo tiempo la dirección a tomar y el vehículo a emplear. En un caso fue imposible el salto, en el otro fue insuficiente y en la mala dirección. En un caso no fue ni siquiera posible el intento de superar el capitalismo (más allá de intentos anecdóticos que apenas duraron unos pocos meses), en el otro se fracasó estrepitosamente pues se volvió a él. En ambos casos el capitalismo se afianzó.
El pensamiento único capitalista se asentó, entre otros motivos, por el fracaso de todas las izquierdas. La mayor parte de la gente no ve alternativas al sistema actual, a pesar de que el capitalismo se muestra cada vez más cercano a su callejón sin salida. Si bien esto está empezando a cambiar, se vislumbran posibles cambios. Pero, el resurgimiento de la izquierda, tan necesario en nuestros días, sólo podrá realizarse haciendo una intensa y amplia labor de autocrítica, de debate. Para lo cual es ineludible el análisis crítico de las experiencias prácticas y las teorías en las que se basaron o inspiraron. ¡La izquierda tiene mucho trabajo por hacer! Por el momento, el único verdadero enemigo del capitalismo es el propio capitalismo, que sucumbe ante sus irresolubles y cada vez más agudas contradicciones. Sin embargo, la posible caída del capitalismo no tiene necesariamente por que significar su sustitución por otro sistema, llámese éste como se llame. El capitalismo puede arrastrar en su caída a la propia humanidad, como ya va haciendo poco a poco, o no tan poco a poco.
Tanto el anarquismo como el marxismo, o cierta interpretación del mismo, pecaron de demasiado deterministas, de fatalistas, en algunos aspectos: si el Estado siempre había sido clasista (como así fue, como así ha sido hasta el presente, de esto no hay dudas), no podía dejar de serlo en el futuro. Para el anarquismo había que abolirlo inmediatamente, pero no nos dijo cómo hacer la transición desde la sociedad organizada alrededor del Estado a una sociedad sin Estado. El anarquismo obvió la principal dificultad para superar el capitalismo: la resistencia de la burguesía a perder el control de la sociedad. El marxismo reconoció la necesidad de una larga y dura transición pero nos dijo que a corto plazo “tan sólo” se trataba de que el Estado lo dominara otra clase: el proletariado. En esto tenía razón, en el planteamiento de que era necesario despojar a la burguesía del dominio del Estado, y por extensión del resto de la sociedad. Era, y sigue siendo, necesario expulsar a la burguesía del poder político y económico. El problema residió en la manera en que se planteó el necesario reto de quitar a la burguesía sus privilegios, gracias a los cuales una minoría domina sobre la mayoría. Ni Marx ni Engels desarrollaron suficientemente el concepto de la dictadura del proletariado, el cual fue desarrollado (y tergiversado) por Lenin (quien tuvo, sin embargo, también muchos aciertos, pues influyó notablemente en la conquista del poder político). Dicho concepto fue todavía más distorsionado por quienes sucedieron a Lenin. Del blanco postulado por los padres del marxismo se pasó al negro.
En el concepto de la dictadura del proletariado está la principal causa ideológica de la degeneración del “socialismo real”. Dicho concepto es el talón de Aquiles del marxismo. Posibilitó, o por lo menos facilitó demasiado, que en nombre del marxismo se implantara un régimen en las antípodas de lo buscado por Marx o Engels. El marxismo supuso un gran avance para la humanidad, que, por fin, es consciente de las leyes que operan en su historia, que, por fin, puede tomar control de sí misma, que, por fin, vislumbra que otro mundo es realmente posible. Pero el marxismo no está libre de imprecisiones, de ambigüedades, de errores, de inconsistencias, de incoherencias, de contradicciones. La madre de todos sus errores fue el concepto de la dictadura del proletariado. Que no su razón de ser. Pues no es posible superar la dictadura burguesa si no se la considera. Pero no es posible superarla imitándola, por lo menos imitándola demasiado. La lucha de clases, inevitable en la sociedad clasista basada en la explotación de unas clases por otras, será la que permitirá superar la sociedad clasista. Pero cuando dicha lucha la ganen los explotados, las clases populares, el proletariado. Y, además, dicha clase, cuya naturaleza es radicalmente distinta a la de todas las clases dominantes que la precedieron en la historia, deberá hacer una lucha de clases un tanto especial. Al mismo tiempo que necesita expulsar a la actual clase dominante de su dominio, el proletariado deberá procurar por todos los medios posibles evitar sustituir una minoría por otra. Aquí radica la principal dificultad del proletariado, la principal diferencia entre la lucha de clases del proletariado contra la burguesía y la lucha de ésta contra la aristocracia. El proletariado, a diferencia de la burguesía o de la aristocracia, es una clase explotada, y no explotadora, mayoritaria, y no minoritaria, que aspira a su emancipación y a la de toda la sociedad, y no a la dominación. Estas diferencias cualitativas esenciales fueron infravaloradas por el marxismo-leninismo.
El proletariado no puede luchar exactamente de la misma manera que la burguesía. La dictadura del proletariado, al menos tal como fue postulada por Lenin, quien pudo postularla de la manera en que lo hizo porque Marx y Engels dejaron la posibilidad demasiado abierta a interpretaciones contrapuestas y peligrosas, era en el fondo la continuación del Estado oligárquico heredado, no posibilitaba el necesario salto para superar la sociedad burguesa, es decir, clasista. Reproducía los viejos males bajo otras formas. Incluso los agravaba. El socialismo no podía prosperar y fructificar sin su ingrediente fundamental: la democracia, la libertad. No era suficiente con estatalizar o socializar los grandes medios de producción, se necesitaba, además, sobre todo, “socializar” el Estado, desarrollar la democracia, política y económica. El proletariado, las clases populares, los explotados, la mayoría (y esto es aún más cierto en la actualidad si recordamos que proletario es todo trabajador que no posee medios de producción) sólo podían “dominar” con la auténtica democracia, no con otra oligocracia, no con otra dictadura. No por casualidad la URSS fue controlada por cierta burocracia. No por casualidad el Estado proletario degeneró rápidamente. No por casualidad la dictadura del proletariado se volvió contra el propio proletariado. La burocracia es incompatible con la democracia, al igual que la oligocracia. Como decía el comunista húngaro Gyula Hay: En modo alguno pueden coexistir varias cracias ¿Es el demos quien gobierna o el buró? Entre ambos existen incompatibilidades, a la vez en el terreno de los principios y en el puramente práctico.
En el pequeño libro Los errores de la izquierda (el cual es en realidad un extracto del libro Rumbo a la democracia, libro centrado en la cuestión democrática, por qué todavía no tenemos democracia, cómo desarrollarla, cómo luchar por ella) desarrollo más extensamente todas estas ideas. Asimismo, en mi último libro ¿Reforma o Revolución? Democracia profundizo todavía más en ellas analizando detalladamente la experiencia de la URSS, sin duda el intento más serio hasta la actualidad de superación del capitalismo. Por supuesto, se podrá estar de acuerdo o no con mis análisis, pero creo que es obvio que es imprescindible que aprendamos de los errores del pasado, para lo cual debemos tener un espíritu libre de todo dogmatismo y sectarismo. Sólo mediante el método científico podemos acercarnos a la verdad. Contrastando todo lo posible entre las ideas y entre la teoría y la práctica. Cuanto más contrastemos mayores posibilidades tenemos de acercarnos a la verdad. ¡Debemos practicar el librepensamiento para intentar superar a quienes nos precedieron, quienes también superaron a sus antepasados al practicar el librepensamiento! Si queremos que los nuevos intentos de superar el capitalismo no vuelvan a fracasar debemos saber por qué lo hicieron en el pasado, debemos retomar los aciertos del pasado y desechar los errores, corregirlos. Sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria. ¡Y no puede evolucionar la teoría revolucionaria sin considerar las experiencias prácticas del pasado reciente! Este ciudadano corriente así lo ha intentado. Si no lo ha logrado, el lector juzgará por sí mismo, seguro que otro lo conseguirá. Tal vez, por lo menos, yo haya contribuido al imprescindible debate dentro de la izquierda. Entre todos debemos dar con la “fórmula” que nos permita superar este sistema sin implantar otro parecido, o incluso peor. Para mí la “fórmula” es clara: democracia, democracia, democracia. ¡El poder debe tenerlo el pueblo! Cuando todas las ideas, todos los partidos políticos, tengan las mismas oportunidades, la verdad se abrirá camino, el interés general se impondrá sobre los intereses particulares (recordando que la democracia también consiste en proteger a las minorías, al individuo, del posible despotismo de la mayoría, consiste fundamentalmente en el gobierno de la mayoría respetando los derechos elementales de todos los individuos), la nueva sociedad nacerá de las entrañas de la vieja.
Se me podrá decir que la igualdad de oportunidades absoluta es imposible, a lo cual yo puedo responder que aun admitiendo eso, todavía hay mucho margen para disminuir la gran desigualdad existente en la actualidad. Debemos tender todo lo posible hacia la igualdad. La verdad sólo puede abrirse camino cuando se enfrenta de igual a igual a la mentira, no cuando elude ese necesario enfrentamiento. Cuando las ideas circulen libremente por la sociedad, ésta será capaz de tomar mejores decisiones, de avanzar, de superar sus problemas. Creer lo contrario es no tener ninguna fe en el ser humano. Y si no tenemos ninguna fe en él, ¿para qué escribir, para qué leer, para qué indignarse, para qué rebelarse, para qué luchar? La fe en la democracia es en verdad la fe en el propio ser humano, en que, dadas ciertas condiciones, en las que todas las ideas puedan ser igualmente conocidas, comprendidas, discutidas, cuestionadas, probabas, el ser humano es capaz de dar con las mejores soluciones, es posible resolver aquellos problemas que ahora se nos aparecen como crónicos. Son crónicos porque aún no tenemos las circunstancias adecuadas, necesarias, para que dejen de serlo. Esas condiciones se resumen en una sola palabra: democracia. No por casualidad somos capaces casi de comprender el funcionamiento del Cosmos pero todavía no somos capaces de erradicar el hambre, la pobreza o las escandalosas desigualdades sociales (que no sólo no desaparecen sino que incluso crecen). En cuanto podamos aplicar de verdad la ciencia en la política y la economía, es decir, en la sociedad humana (hasta ahora terreno vedado para la ciencia), la ciencia auténtica, sustentada en la libertad, y no la pseudociencia, no la religión disfrazada de ciencia actual, la sociedad podrá sobrevivir a sí misma y seguir evolucionando, alcanzaremos la civilización, abandonaremos por fin la jungla, nuestra sociedad ya no se regirá por la ley del más fuerte, el destino de las personas no dependerá tanto de la suerte, el destino del ser humano estará en manos del propio ser humano, y no en manos de ningún dios.
El pensamiento único, producto de la competencia desigual entre las ideas (o de la falta de competencia), de la imposición de unas sobre otras, desaparecerá y dará paso a la verdad, al consenso, producto de la competencia igualitaria, es decir, libre, entre las ideas. Ninguna verdad será intocable, podrá ser cuestionada en cualquier momento, y conocido dicho cuestionamiento por la opinión pública. Así la evolución humana continuará su camino. La humanidad evolucionará, no sólo tecnológicamente, sino que sobre todo espiritualmente, moralmente, socialmente, políticamente, económicamente. La actual descompensación entre desarrollo tecnológico y subdesarrollo social se irá resolviendo, la sociedad se volverá más armónica, más estable, más próspera, más segura. La amenaza de autoextinción se irá alejando pues, por fin, aprenderemos a convivir, la sociedad será realmente sociedad y no lucha de todos contra todos, la solidaridad, el egoísmo inteligente, el egoísmo social, tomará el relevo del egoísmo puramente individual. El individuo social se hará realmente social. Abandonaremos, por fin, el mundo animal, nos haremos verdaderamente civilizados. La guerra, el hambre, el reparto desigual de la riqueza irán poco a poco desapareciendo a medida que la humanidad tome el control, en conjunto, de sí misma. El interés general sólo podrá satisfacerse cuando nos liberemos de los dominios de las minorías que, lógicamente, sólo miran por sí mismas. La clave reside en que la mayoría tome el control, en evitar todo dominio de cualquier minoría, es decir, la clave reside en la democracia.
Oligocracia es el gobierno de unos pocos sobre el resto (que es lo que tenemos en la actualidad). Democracia es el gobierno del pueblo, de la mayoría. En cualquier oligocracia domina una minoría. En la democracia la mayoría es quien domina de manera natural, sin trampas, pues no las necesita para dominar. La democracia, la verdadera, es la que extinguirá el Estado clasista. En el Estado clasista domina una clase minoritaria artificialmente, por la fuerza, evitando la democracia real, pues no puede dominar de otra manera. La mayoría no necesita las mismas artimañas, el mismo Estado tramposo, que las minorías. ¡Al contrario! Necesita desprenderse de las viejas herramientas de dominación, pues de ellas sólo pueden surgir otras minorías dominantes. La vieja máquina clasista debe ser abandonada cuanto antes, aunque no se puede hacer de manera inmediata. Aquí radica el verdadero peligro, en no hacerlo o en hacerlo demasiado tarde cuando una nueva minoría ha tomado ya el control de la sociedad, cuando la máquina creadora de clases o grupos dominantes, es decir, cuando el viejo Estado clasista heredado, ha creado un nuevo grupo dominante. En la URSS ese nuevo grupo se llamó burocracia o nomenkaltura. La revolución monopolizada por cierta élite produjo una nueva “clase”, aunque de una manera peculiar, inédita, no por el dominio de la economía, sino por el dominio del sistema político que controlaba la economía, por el monopolio del proceso revolucionario. Así la revolución se transformó en contrarrevolución. Se lograron ciertos avances materiales y sociales temporales nada despreciables (caso único en la historia, Rusia pasó de ser uno de los países más atrasados de Europa a ser una superpotencia mundial, lo cual demuestra la potencialidad del socialismo, aunque en la URSS sólo fuera un pseudo-socialismo, un capitalismo de Estado) hasta que finalmente el sistema colapsó. Dicha élite se convirtió en gran parte en la nueva oligarquía capitalista cuando se restauró el capitalismo. En la sociedad no clasista dominará la mayoría, las clases poco a poco se igualarán (pero no los individuos que realmente podrán realizarse, desarrollarse plenamente, cuando tengan reales opciones de hacerlo, cuando la igualdad de oportunidades sea real). Los ingredientes fundamentales de la democracia son la libertad y la igualdad. En verdad que en la vida en sociedad la una no puede existir sin la otra.
En la “democracia” burguesa está el germen de la destrucción de la propia sociedad burguesa, es decir, de la sociedad clasista. La cantidad debe convertirse en calidad. Desarrollando suficientemente la democracia burguesa, haciendo que sobrepase cierto umbral, lograremos que deje de ser burguesa. No puede prescindirse del pluripartidismo, de la libertad de asociación, de reunión, de expresión, de pensamiento, de la separación de poderes, etc., etc., etc. De esto ya advertían ciertos revolucionarios, que criticaron al leninismo cuando la URSS daba sus primeros pasos, como Rosa Luxemburgo. De lo que se trata es de empezar por aplicar los principios básicos de la democracia liberal, los cuales han sido incumplidos por la burguesía, sabedora del peligro que entrañan para ella misma. Logrando una verdadera separación de poderes, de todos, especialmente respecto del económico, fomentando referendos frecuentes y vinculantes, implementando la elegibilidad de todos los cargos públicos (las monarquías ya deberían haber desaparecido hace tiempo si la burguesía no hubiera supeditado sus principios ideológicos, en base a los cuales accedió al poder político pues alrededor de ellos pudo contar con el proletariado, a sus intereses económicos), la revocabilidad de todos ellos, el mandato imperativo, logrando una ley electoral donde se cumpla el principio elemental “una persona, un voto”, es decir, consiguiendo que todos los votos valgan igual, entre otras medidas concretas y perfectamente realizables a corto plazo (al menos “técnicamente”), y todo esto sólo para empezar, se podrá iniciar una dinámica que nos conduzca a la democracia propiamente dicha, al poder popular, que nos permita superar la escasa y simbólica democracia burguesa, pero partiendo de ella misma, que nos permita alcanzar un mejor futuro pero partiendo del presente real. Se trata de desarrollar la democracia representativa para que lo sea de verdad, para que los representantes del pueblo respondan ante el pueblo por sus actos, se trata de hacerla más participativa, se trata de complementarla con la democracia directa, aplicando ésta siempre que sea posible, dándole la máxima prioridad. Se trata también de expandir la democracia por todos los rincones de la sociedad, llegando a su centro de gravedad: la economía. La democracia siempre estará tocada de muerte, o como mínimo amenazada, mientras no alcance al modo de producción. La dictadura económica, es decir, el capitalismo, es incompatible con la democracia política. Tarde o pronto, o la democracia alcanza a la economía o la dictadura alcanza a la política, de una u otra manera. Democracia política vs. dictadura económica es una contradicción que sólo puede resolverse haciendo que la democracia avance o haciendo que retroceda. A diferencia del capitalismo, el socialismo, es decir, la democracia económica, sólo puede prosperar, sobrevivir, con la democracia política. Por esto, entre otros motivos, el “socialismo real” sucumbió mientras el capitalismo aún sobrevive. En ¿Reforma o Revolución? Democracia explico todo esto con todo detalle, a dicho libro remito por no extenderme demasiado.
En suma, se trata de posibilitar el desarrollo dinámico y continuo de la democracia. Para lo cual hay que dar un salto, posible pero también suficiente. Ese salto debe forzarlo el pueblo. No hay evolución sin revolución decía uno de los lemas que podían leerse en la Puerta del Sol en el histórico mayo de 2011. Tenemos ahora una ocasión clara de poder forzar la situación: el movimiento 15-M nos marca el camino a andar. ¡Pongámonos en marcha! ¡Pero sin olvidar lo acontecido en el pasado! ¡Aprendiendo las lecciones históricas! ¡Considerando la experiencia práctica acumulada en los últimos siglos por el proletariado, por la humanidad! ¡Reformulando la teoría revolucionaria!
Si alguien tiene otra fórmula, ¿a qué espera para compartirla con los demás? Debemos todos implicarnos y participar activamente, individual y colectivamente, en la teoría y en la práctica, en la construcción de una nueva sociedad donde el ser humano recupere el protagonismo perdido, una sociedad donde todas las personas podamos vivir en condiciones dignas, una sociedad donde todos tengamos las mismas posibilidades (o lo más parecidas posible) de ser felices, de realizarnos como seres humanos, con toda la potencialidad que tiene nuestra especie, donde todos podamos sobrevivir sin dificultades, pero también vivir. No es tan sólo un bello sueño. Es una necesidad vital. Sin democracia no hay civilización. Democracia o barbarie. O, tal vez, peor aún: Democracia o autoextinción.