LQSomos. Fernando Buen Abad*. Mayo de 2011.
Leonora Carrington fue una versión peculiar del surrealismo que no es sinónimo de escapismo. Su debate con lo “real” refleja una realidad de trasplantes contradictorios. Leonora, inglesa por nacimiento y naturalizada mexicana, cumplió su militancia surrealista, incluso como activista social, solidaria con movimientos estudiantiles y contra la invasión de los yanquis a Irak. Lo que es real es real y no se requiere abandonar al surrealismo.
Como casi todos los surrealistas de la primera hora Leonora es hija de una Europa contradictoria, desgarrada, desgarradora y cruel. Elena Poniatowska ha explorado de Leonora algunas zonas biográficas, como su vida en Europa, su exilio, su matrimonio con Renato Leduc… incluso los andariveles que la condujeron al contacto con otros surrealistas como Remedios Varo y André Bretón. Pero es insuficiente.
Leonora no se sale de la realidad, como suelen decir algunos de sus comentaristas, Leonora encontró en el surrealismo una forma de radiografiar esas regiones de lo real, lo concreto, que se agazapan en lo rutinario, en la palabrería de curso legal, en los devaneos de la vida normal. Lo que entiende de la realidad, con sus armas surrealistas, no son las coartadas de escapismo que tanto gustan a los tributarios de Kant bajo todas sus modalidades y disfraces. Leonora se empeñó en mostrar la realidad a puñetazos de imaginación, casi dulce, y le salió eso terrible que se parece tanto a la ficción y que, por cierto, también es una realidad. Un aire frio recorre la obra de Leonora y nos aterra como nos aterra la absoluta injusticia de la sociedad capitalista. No hay que perderla de vista. No es que a Leonora la entendieran pocos, lo que ocurre es que pocos se atreven a entenderla y a confesarlo. Y no hay necesidad de hacerse chistoso ni condescendiente.
Lo fantástico en la obra de Leonora Carrington es lo real “lo más increíble de lo fantástico es que lo fantástico no existe… todo es real” decía Breton. En Leonora la imaginación es otro nombre que asume el conocimiento de lo concreto, sólo que desnudado sin clemencia para hacer visibles sus miserias y sus maravillas. Lo fantástico es así, no hay concesiones. No hay por qué hacerlas. Ser consciente de lo real, en un surrealista, no es una contradicción, es una resolución categorial que deviene en lucha revolucionaria, es decir, en poner el arte al servicio de la Revolución.
Es verdad que se ha desarrollado un vocabulario complejo con el que se suele abordar la obra de los surrealistas. Ese vocabulario contiene espectros semánticos e ideológicos de los más variado y, con frecuencia, se lo usa también, como catálogo de eufemismos para olvidar o hacer olvidar los ejes más poderosos y comprometidos de la militancia surrealista que, en su expresión más rica y ambiciosa llamó a la construcción de la FIARI (Federación Internacional de Artistas Revolucionarios e Independientes) . En medio hay muchos matices, mediocridades, banalidades, esnobismos y payasadas.
Lo fácil es decir que Leonora Carrington fue “mágica”, “vidente”, “médium”… lo fácil es reducir su obra a un anecdotario biográfico y presumir que uno la conoció porque le supo chismes domésticos. Lo fácil es quedarse en la superficie de la obra y no temblar. Quedarse en la mirada decorativa y no sentir la condición que Bretón identificaba para el arte… “el arte será convulsivo no será nada”. Lo fácil es aprovecharse de la muerte de una artista y lloriquear sobre páginas de arribismo para poner debajo del tapate la incapacidad de sentir los dolores de Leonora o para esconder la ignorancia tosca.
Nada de eso impide sumarse a quienes ven en Leonora Carrington un ser fantástico por real. Un ser de relatos profundos y extraordinarios con una trayectoria larga y arrebatadora. Y hay que mirarla en sus fotografías, admirada por propios y extraños, por convencidos y por infiltrados… por Dalí, por Ernst, por Picasso… arrobados todos por su fragancia lírica… dijo en 1957: “No me gustaría morir de ninguna manera, pero si llego a hacerlo algún día, que sea a los 500 años de edad y por evaporación lenta” Otra cosa es indagar en sus andamios ideológicos y su “anticomunismo” y eso habrá que hacerlo con guantes y con mucho tiento. Llegó a México en 1942.
Leonora deslumbrante de rebeldía, deja sus imágenes y su racionalidad surrealista como un legado querido y querible. Al margen del tufo de las tertulias de intelectuales, demagogos del sentir. Leonora se fue habiendo vivido, con hondura, a lo largo y a los ancho sus muchas décadas. Miraremos su obra con respeto, que no es poca cosa, en tiempos en que no pocos artistas, para ganarse la vida, para congraciarse con los jefes, por vanidad o por todo junto, “se bajan los pantalones”. “Leonora es la pintora que más se parece a sus pinceles y hasta hay quien dice que pinta con las pestañas” dice Elena Poniatowska. Leonora murió a los 94 años, en Ciudad de México, la noche del 25 de mayo de 2011.
* Rebelión/Universidad de la Filosofía