9 abr 2011

Ya es hora, camaradas


LQSomos. Teodoro Santana*. Abril de 2011.

Si hay algo que el pensamiento burgués trata de negar es la lucha de clases, cuando no la existencia misma de estas. Pero la división de clases y la confrontación más o menos explícita, más o menos oculta, entre ellas, impregna todos los aspectos de la vida social, esto es, de la misma existencia humana. Esa lucha de clases no se detiene a las puertas de ese campo de fronteras tan difusas como lo que se denomina “la izquierda”. Por eso, de aquí en adelante se entenderá por “izquierda” las fuerzas partidarias del socialismo, esto es, la izquierda anticapitalista.

Si bien no del mismo nivel ni con el mismo carácter antagónico que las contradicciones entre lo que podemos denominar como “el pueblo” (asalariados, trabajadores autónomos, pequeña y mediana burguesía) por un lado, y sus enemigos (la oligarquía financiera y el imperialismo) por otro, en el seno de la izquierda se produce también una agitada lucha de clases, que se manifiesta fundamentalmente en el terreno de las ideas y, en consecuencia, en el de sus expresiones políticas.

Desenmascarada en términos generales la socialdemocracia como agente del enemigo de clase, totalmente entregada a los intereses y las directrices del capital monopolista, sus planteamientos no obstante siguen dominando al conjunto de la izquierda. De forma especialmente insidiosa desde los postulados de la pequeña burguesía burocrática –no ligada a la producción–, alejada de cualquier perspectiva revolucionaria y cuyo horizonte no es otro que el de un capitalismo de rostro amable, para el que estiman que el PSOE ya no sirve o que no es suficiente.

Considerando que “el comunismo ha fracasado” y que defender sus postulados significa perder votos, porque ya “no vende”, han introducido de contrabando en nuestras filas la teoría de que “la clase obrera ya no es la que era” y la de que el “nuevo sujeto político” ya no es la clase proletaria (esto es, la de los asalariados modernos), sino los “movimientos sociales”, concepto harto volátil que lo mismo sirve para un roto que para un descosido.

Para los líderes pequeño burgueses, siempre impregnados de individualismo y muy susceptibles con respecto a su propia importancia, los supuestos “movimientos sociales” o “movimientos ciudadanos” les permiten articular en torno a sí a diversos grupos de escasa implantación social y rabiosamente opuestos a los partidos organizados, especialmente si estos son comunistas.

Estas “bases de apoyo” son con las que cuentan esos dirigentes burocráticos para intentar abrirse un hueco en el sistema electoral burgués y entrar en alguna institución, lo que les permitiría forzar pactos con la socialdemocracia o incluso con partidos de derecha, en lo que viene a ser su máxima aspiración en la vida.

Desde esta concepción, se trata de dotarse de un marketing lo más difuso posible, rebajando los planteamientos para ampliar el espectro de sus potenciales votantes-clientes, en un esfuerzo por disputarle el terreno a la socialdemocracia. Una técnica de ventas consistente en presentarse como socialdemócratas más auténticos, de mayor calidad. Añadiendo al producto los ingredientes de moda. Al igual que en un momento dado todos los yogures eran “bio”, ahora todos los dirigentes pequeñoburgueses son “ecologistas”, “ecosocialistas” o “ecoprogresistas”.

Oportunismo en estado puro, que alcanza su máxima expresión cuando se pacta de forma más o menos directa con la derecha bajo el eufemismo de que sólo se trata de un “acuerdo técnico”. Vivir para ver.

En esa estrategia, su enemigo principal son los comunistas. Por un lado, porque consideran que les ahuyenta a los compradores de su mercancía (aunque no dudan en volver a presentarse como “comunistas” si se trata de venderla en ese segmento del mercado). Por otro lado, porque los comunistas tienden a funcionar colectivamente, de forma organizada y disciplinada, y eso es lo más peligroso (“dogmático”, “antiguo”, “cerrado”) para las aspiraciones personales del pequeño burgués burócrata.

Pero dado que, como corresponde a su posición de clase, todos sus planteamientos se mueven en el terreno del subjetivismo más estrecho, de la especulación y hasta de la fantasía, las cuentas no les salen y, una y otra vez, se estrellan ante la realidad que, como se dice, es impepinable. Eso sí, no sin antes haber hecho un destrozo cada vez mayor en las filas de la izquierda más consecuente, esto es, de los comunistas.

Dicho esto, hay que reconocer que los principales responsables de que eso sea así somos los propios comunistas. Acobardados por el colapso de un determinado tipo de socialismo tosco y burocratizado, contrario a la ciencia marxista, la mayoría de los comunistas solo veía como el sistema capitalista y el imperialismo se imponían en lo que parecía ser una maquinaria omnímoda y sin fisuras. La cuestión pasó a ser entonces sobrevivir, camuflarse como izquierda en general parar aguantar el embate, “modernizarse” para no ser barridos. Lo que pasó, como no podía ser de otra manera, es que cuanto más se diluía el discurso y las ideas comunistas, más débiles nos encontrábamos.

Y, al igual que un cuerpo con las defensas bajas, todo tipo de enfermedades se nos fueron pegando y debilitando. La pequeña burguesía burocrática penetró en nuestro sistema vital contaminando y necrosando el movimiento, debilitando aún más el discurso y utilizando el esfuerzo y la militancia de los comunistas para sus propios planes. Y para muestra basta con el botón de Izquierda Unida.

Pero seamos firmes o titubeantes, estemos mejor o peor, la realidad es empecinada. Y lejos del “fin de la historia”, e incluso de su aplazamiento, la vida social ha vuelto a traer a la actualidad las grietas y estertores de un capitalismo imperialista que se va desmoronando, mientras en todo el mundo las fuerzas comunistas vuelven a tomar impulso, a reagruparse y a retomar la iniciativa exponiendo abiertamente sus ideas.

La época de los temores, de los complejos, del retroceso, está tocando a su fin. Es hora de volver a entender la fuerza fundamental del proyecto comunista, su alineamiento con la realidad, su capacidad de articular propuestas de futuro, de construcción del Socialismo. De dejar de ver como insuperables nuestras debilidades y pequeña nuestra capacidad. Y también, de dejar de ver al sistema capitalista como inaccesiblemente poderoso y minúsculas sus debilidades. Porque justamente ocurre al revés.

Es hora de volver a reagruparnos. De avanzar en la unificación de los comunistas en un solo partido, como núcleo y guía de un amplio frente de unidad de toda la izquierda anticapitalista. De deshacernos del moho de la ideología oportunista y derrotista pequeño burguesa que nos ha mantenido en la postración. De recuperar el orgullo de ser comunistas, de propagar abierta y claramente las ideas de la liberación del ser humano. Nos lo demanda nuestra gente, los asalariados, los parados, los “don nadie” que nunca son tenidos en cuenta en la mesa donde los poderosos toman sus decisiones.

Es la hora, camaradas. Ahora.