LQSomos. Antoni Puig Solé. Marzo de 2011.
La crisis de los reactores de Fukushima ha reanimado el debate entre los defensores de la energía nuclear y sus adversarios.
Los defensores argumentaron inicialmente que los problemas se estaban exagerando, tanto en términos de estimación de las probabilidades que sucesos similares se repitieran cómo en relación con sus consecuencias. Ahora, las autoridades japonesas informan que la situación es más grave de lo que en un primer momento se dijo. De este modo, la supuesta exageración pierde consistencia.
Los adversarios, en cambio, sostienen que la energía nuclear no es económicamente tan rentable cono quieren hacernos creer y sólo se puede mantener gracias a los subsidios que recibe. Añaden que no es una energía segura a consecuencia del método de eliminación de residuos. Por otro lado, en el diseño y operación de las plantas nucleares no se tuvieron en cuenta una serie de riesgos de los que ahora empezamos a ser conscientes. Hubo, ciertamente, otros riesgos que sí que se contemplaron al comienzo, pero muchos no se evaluaron lo suficiente ya que los hechos indican que estos riesgos son más consistentes de lo que se pensó. Finalmente, también hay que añadir los problemas relacionados con los reguladores que, en este, como pasa en otros muchos temas, acostumbran a tener demasiada confianza en las cosas que regulan.
Es de prever que de aquí poco tiempo aparecerán voces que nos anunciarán que ya estamos en condiciones de sacar lecciones de Fukushima y que ahora afortunadamente sabemos todo lo que hace falta saber para poder encontrar el diseño del reactor perfectamente seguro. ¡Esto es fruto de la arrogancia tecnocientífica! Ya hace muchos años que se nos anuncia que el reactor perfecto está a la esquina y periódicamente los accidentes se producen y nos llevan a pensar lo contrario.
Todo esto nos coloca en la disyuntiva de tener que elegir si nos instalamos o no en una tecnología que ya hemos podido comprobar que es muy peligrosa. Aceptarla comporta normalizar los riesgos de la energía nuclear como una tara vinculada a nuestro crecimiento económico y aceptar a la vez que un suceso como el de Fukushima es el precio que tenemos que estar dispuestos a pagar. ¡A estas alturas, es ilusorio afirmar que exista una opción relacionada con la energía nuclear que esté libre de accidentes!
Mucha gente argumenta correctamente que hay otras fuentes de energía que también tienen fuertes costes humanos y ambientales. Las térmicas de carbón son las principales emisores de CO2, lanzan una gran cantidad de partículas al aire e incluso pueden contaminar los suministros de agua subterránea. Por esta razón, cada vez son más los que sostienen que irremediablemente tenemos que apostar por las energías renovables y superar a la vez la adicción al consumo anárquico e ilimitado. Esto último significa empezar a adaptarse a estilos de vida con menos energía intensiva. ¡Si nos lo queremos tomar seriamente, será necesaria una menor urbanización de nuestro territorio y un nuevo diseño de las maneras de movernos por él!
La primera pregunta que ahora sugiero que ustedes se formulen es la siguiente: ¿es tan imprescindible la energía nuclear que vale la pena correr el riesgo evidente que su uso comporta? Y en el supuesto de que ustedes se sitúen entre los que están en contra de su uso: ¿cuál es la energía y cuál la estrategia económica que recomiendan colocar en su lugar?
Los defensores argumentaron inicialmente que los problemas se estaban exagerando, tanto en términos de estimación de las probabilidades que sucesos similares se repitieran cómo en relación con sus consecuencias. Ahora, las autoridades japonesas informan que la situación es más grave de lo que en un primer momento se dijo. De este modo, la supuesta exageración pierde consistencia.
Los adversarios, en cambio, sostienen que la energía nuclear no es económicamente tan rentable cono quieren hacernos creer y sólo se puede mantener gracias a los subsidios que recibe. Añaden que no es una energía segura a consecuencia del método de eliminación de residuos. Por otro lado, en el diseño y operación de las plantas nucleares no se tuvieron en cuenta una serie de riesgos de los que ahora empezamos a ser conscientes. Hubo, ciertamente, otros riesgos que sí que se contemplaron al comienzo, pero muchos no se evaluaron lo suficiente ya que los hechos indican que estos riesgos son más consistentes de lo que se pensó. Finalmente, también hay que añadir los problemas relacionados con los reguladores que, en este, como pasa en otros muchos temas, acostumbran a tener demasiada confianza en las cosas que regulan.
Es de prever que de aquí poco tiempo aparecerán voces que nos anunciarán que ya estamos en condiciones de sacar lecciones de Fukushima y que ahora afortunadamente sabemos todo lo que hace falta saber para poder encontrar el diseño del reactor perfectamente seguro. ¡Esto es fruto de la arrogancia tecnocientífica! Ya hace muchos años que se nos anuncia que el reactor perfecto está a la esquina y periódicamente los accidentes se producen y nos llevan a pensar lo contrario.
Todo esto nos coloca en la disyuntiva de tener que elegir si nos instalamos o no en una tecnología que ya hemos podido comprobar que es muy peligrosa. Aceptarla comporta normalizar los riesgos de la energía nuclear como una tara vinculada a nuestro crecimiento económico y aceptar a la vez que un suceso como el de Fukushima es el precio que tenemos que estar dispuestos a pagar. ¡A estas alturas, es ilusorio afirmar que exista una opción relacionada con la energía nuclear que esté libre de accidentes!
Mucha gente argumenta correctamente que hay otras fuentes de energía que también tienen fuertes costes humanos y ambientales. Las térmicas de carbón son las principales emisores de CO2, lanzan una gran cantidad de partículas al aire e incluso pueden contaminar los suministros de agua subterránea. Por esta razón, cada vez son más los que sostienen que irremediablemente tenemos que apostar por las energías renovables y superar a la vez la adicción al consumo anárquico e ilimitado. Esto último significa empezar a adaptarse a estilos de vida con menos energía intensiva. ¡Si nos lo queremos tomar seriamente, será necesaria una menor urbanización de nuestro territorio y un nuevo diseño de las maneras de movernos por él!
La primera pregunta que ahora sugiero que ustedes se formulen es la siguiente: ¿es tan imprescindible la energía nuclear que vale la pena correr el riesgo evidente que su uso comporta? Y en el supuesto de que ustedes se sitúen entre los que están en contra de su uso: ¿cuál es la energía y cuál la estrategia económica que recomiendan colocar en su lugar?