LQSomos. Ángel Escarpa. Febrero de 2011.
Tras leer un breve resumen del libro INDIGNEZ VOUS!, de Stéphane Hazle, ver en la plaza de la Feria de esta ciudad a los saharauis acampados –tres meses ya bajo unos plásticos, con su bandera del Frente POLISARIO, al pie de esa Delegación del Gobierno que tanto nos recuerda las detenciones masivas de sindicalistas de otros tiempos, ese edifico gris al que solo le falta la bandera con la “gallina”-, reclamando un referéndum para el Sáhara; al ver las imágenes de la plaza de la Liberación, en El Cairo, con una multitud llameando entre gritos de júbilo y banderas egipcias al conocerse la reciente dimisión de Mubarak, uno no tiene por menos que felicitar al país bañado por las aguas del Nilo y seguir esperando lo mejor de los pueblos.
Independientemente del país que salga tras esos 18 días históricos en la plaza Tahrir, creo interpretar el sentir de todas las gentes de bien del Planeta si me alegro y felicito a ese pueblo por el nivel de compromiso con ese bien tan hermoso que es la libertad. Porque, de una manera u otra, todos los pueblos, todas las razas y culturas nos hemos visto representados en esos cuatro, cinco millones de personas que han desafiado a un régimen despótico. Por unos hermosos y esperanzados días todos hemos estado velando en esa plaza que, hoy como nunca, se ha ganado a pulso el nombre de PLAZA DE LA LIBERACIÓN, y que tanto y tanto nos recuerda las horas del 25 de Abril de 1974 del país hermano, Portugal, de la Cuba de 1959, de Vietnam, por no extenderme hablando de la Nicaragua sandinista de 1979 y de tantos momentos históricos dignos de reseñarse.
Como digo, desconozco la suerte que correrá ese pueblo tras estas jornadas memorables, pero si algo queda claro es que, ni Egipto volverá a ser el mismo de antes ni nosotros tenemos derecho a ser los mismos desesperanzados de ayer.
No puedo por menos que poner al español en el lugar del egipcio y preguntarme: ¿qué hubiese pasado aquí si, en 1945, 1975 ó 1976, esos mismos millones de personas se hubiesen dado cita en un espacio público y le hubiesen plantado cara al dictador?
Evidentemente, cualquier comparación es odiosa, que se dice: El tenía el ejército de su lado, la Guardia Civil, la Falange…Nos quedaremos con la incógnita de saber hasta dónde hubiesen sido capaces de llegar unos y otros, máxime después del papel que jugaron en el pasado reciente. Pero ahora, superados los momentos de aquella guerra, uno no pude por menos que esperar que algo le devuelva la fe a nuestro pueblo en las transformaciones, y aquí no me estoy refiriendo a las que haga el partido del Gobierno de turno, si no a aquellas que impulsen estos pueblos.
Los pueblos tienen el derecho, la obligación de soñar, la obligación de indignarse. Y no solo por los parquímetros, la congelación de los salarios, la subida de la luz, el butano o del autobús. Los pueblos tienen contraída consigo mismos la obligación de indignarse por lo que en su nombre se haga: contra frustración, contra el fracaso, contra los sindicatos, contra la monarquía parasitaria, contra esta casta de políticos del posfranquismo y sus sueldos millonarios, contra la complicidad de unos y otros con el régimen de Marruecos.
En mi opinión, debieran retirársele los derechos ciudadanos que le asisten a todo aquel que no ejerciera como tal: encolerizarse por ver recortados sus derechos, por ver como se privatiza un playa, o el agua del Canal de Isabel II, la sanidad pública; por ver que se le niegan los restos de aquel pariente que fue fusilado por los falangistas en las horas de la revolución. Sublevarse por la expulsión de los inmigrantes sin papeles, contra la intolerancia de las iglesias, contra el paro, las tasas universitarias, contra la destrucción del medio ambiente, contra las organizaciones fascistas que buscan un espacio en medio del descontento, contra la cuenta del dentista o de los abogados sin escrúpulos, contra los estragos de la telebasura y otras drogas y la burla de los Derechos Humanos; contra los cementerios nucleares -aquí o en las Galápagos-, contra el neonazismo que se ha instalado en la conciencia del pueblo israelí y que ha expulsado a los palestinos de sus propias tierras, contra la violencia contra las mujeres –y no me refiero sólo a la física, si no a la que se ejerce con sueldos discriminatorios- en Fuenlabrada o en Méjico, contra las matanzas de delfines, contra los empresarios corsarios que construyen en zonas que debieran estar protegidas, contra la violencia de las ciudades contaminadas, por los niños violados, explotados, militarizados y no escolarizados; por los pueblos exterminados y los beneficios desmesurados; por las especies animales exterminadas cada día, por los campos de refugiados y los campos de concentración, contra la dictadura de los bancos y las transnacionales; por los libros quemados, por los animales y los hombres torturados a diario, por los que padecen hambre, por las guerras, por los que carecen de medios y de libertad para protestar, por los bosques devastados, por aquell@s que son ejecutad@s…¡¡INDÍGNATE!!
Y, porque indignarse no es suficiente, organicemos y canalicemos la protesta y la indignación, para que éstas no se queden en personal e individual “cabreo”, si no que tomen cuerpo y se conviertan en actitudes revolucionarias, que esa es la lección que nos ha dado el pueblo egipcio en estas horas.