LQSomos. Ángel Escarpa. Febrero de 2011.
No deja de ser conmovedor que, a ochenta años de distancia de aquel ¡¡Viva la República!! en la Puerta del Sol de Madrid, al igual que en tantas y tantas otras ciudades y pueblos de aquella España de 1931, con banderas tricolores, con oradores salidos del Ateneo -que no de los cuarteles ni de los casinos de la época-, con un pueblo enfervorizado e ilusionado vitoreando a Azaña, a Alcalá Zamora, a Largo Caballero, a Maura…no deja de ser apasionante, digo, que por encima de las deserciones, por encima de las mil miserias, de las delaciones; por encima de los apetitos políticos, de los lugares donde se laceraba la carne para obtener confesiones de delitos que no lo fueron y por encima de los tiros en la nuca en los oscuros y terribles calabozos estalinistas; por encima de los años de cautiverio, por encima de los penosos años de la erección de la cruz del Valle de los Caídos, de las horas terribles de la infructuosa espera en el puerto de Alicante -en marzo de 1939-.
Sobre las ejecuciones sumarísimas de los campos de Castuera, Albatera, en el Campo de la Bota, en La Isleta, en Hoyo de Manzanares…, sobre las tumbas sin nombre de los pinares de Fuencaliente, sobre las maldiciones y los ¡¡Arriba, parias de la tierra…! entonados por los labios a punto de de ser silenciados para siempre; de los precipitados en la Marfea al grito de ¡¡patos al agua!! y de toda esta inmensa fosa donde hoy yace la memoria de España; sobre las palabras huecas, los discursos estériles, sobre la demagogia de unos y las traiciones de otros; sobre los largos años de tedio y de concursos radiofónicos y televisivos; sobre la España del fútbol, de las quinielas, las cien loterías; sobre el clamor de estadios apagando los gritos de los torturados y negando las largas condenas en Burgos, en Ocaña, en El Puerto, en Gando…; por encima de las horas del Valle de Arán de 1944; por encima del Comité de No Intervención, de la deslealtad de aquellos que al final de la II Guerra Mundial nos dejaron solos ante la barbarie vaticanofascista del dictador, traicionando así sus promesas de acabar con el fascismo en España; por encima de los rabiosos nacionalismos, por encima de esta casta de políticos, de sus sueldos millonarios, de esa despreciable corona, impuesta por el “eterno cazador”…
Por encima de estas calles con putas, con jeringuillas abandonadas y cámaras de vídeo vigilancia; por encima de esas tabernas que tanto nos recuerdan a las de la vencida España de los años cuarenta, con el juego de la rana y un fuerte olor a derrota en el ambiente; por encima de las organizaciones obreras, desaparecidas o envilecidas; de los panfletos y las “vietnamitas” olvidadas en el camino; por encima de las multitudes, de los gritos y los mecheros encendidos en los estadios por los jóvenes que vitorean a aquellos que adormecen sus conciencias con la dormidera de sus canciones; por encima de los millones de parados que, abandonados a su suerte, ven pudrir su juventud frente a la pantalla del televisor; por encima de las toses provocadas por el tabaco, en la residencia de ancianos, del desaliento de esos labios de la anciana que… ¿cuántos años hace ya que ya nadie besa con la pasión de antaño?, del anciano que sueña en los vitales años, cuando peleaba con Líster en la Sierra; por encima de la caída del “muro”, de las banderas pisoteadas, de los sueños abandonados, de las “caídas”; sobre la humillante realidad de ver como, a duras penas, alcanzan esas barquillas nuestras costas, en tanto los dueños del Planeta se tuestan y consumen sus güisquis y sus coibas a bordo de sus yates y de los transatlánticos…
por encima de las entrañables arquerías de nuestras plazas mayores, de los lienzos del Museo del Prado, de las centenarias piedras de los viejos monasterios, de las cúpulas de las vetustas catedrales, de los códices, los incunables, los pergaminos custodiados en la penumbra de las viejas bibliotecas; por encima de los viejos blasones, los rojos tejados de las casas campesinas, del hilo de humo que se hunde en los plomizos cielos, mientras el fuego de la cocina hace hervir el puchero; por encima de las cresterías de los pinos recortándose en el azul del Guadarrama; por encima del sedicioso ¡¡Arriba España!!, de la risa de esa adolescente que estrena pantalón vaquero y amor… no deja de ser verdaderamente encomiable que, por encima del sopor y la desidia, de la poderosa mole del Banco Español de Crédito de la calle Sevilla, del blanquísimo tapial de ese minúsculo cementerio; por encima del humo que se desprende de los botes lanzados contra los manifestantes por la odiosa policía de Zapatero, la de Aznar y la del señor González, la misma de Suárez, Calvo Sotelo y del general Franco, que ya nos corría por las calles de nuestras ciudades, la del reyezuelo que se aloja en La Zarzuela-; por encima de todas aquellas cosas que callo y no digo; un grito entre los muchos gritos haya viajado, cruzando los espacios, atravesando los torrentes de palabras congeladas por el tiempo, hasta alcanzarnos para reivindicarnos y recordarnos nuestros orígenes, para reconocernos unos a otros, desde una acera a la otra, para confirmarnos que no venimos de ningún silencio.
Somos el fruto maduro, el diseño perfecto; somos el grito de rebeldía que otros lanzaron a los vientos hace cientos, miles de años. El grito de aquellos que, tras ser arrojados a la sima de Jinámar, ni la cal con la que pretendieron hacer desaparecer nuestros hermosos cuerpos logro acallar nuestras justas reivindicaciones.
Nosotros, no los faraones ni los poderosos emperadores de antaño, fuimos los que construimos, con nuestras maravillosas y encallecidas manos, los poderosos templos, las magníficas bibliotecas, los que tendimos los puentes sobre los torrentes y los vigorosos ríos; los que montamos y pusimos en marcha las poderosas turbinas; los que semillamos los campos donde hoy triunfan las marciales formaciones de viñas y olivos y las magníficas alineaciones de doradas espigas.
Nosotros tendimos las líneas del ferrocarril, elevamos gigantescas torres de acero para que la palabra y la letra impresa dieran la vuelta al mundo y comunicaran a los pueblos; los que construimos las carreteras y las autopistas.
Nosotros, y no los afamados ingenieros, fuimos los que elaboramos el papel, los que pusimos en marcha la máquina para imprimir la primera hoja del primer libro, los que lo encuadernamos, los que construimos la primera rotativa donde se imprimió el primer periódico.
Nosotros, y no ellos, fuimos los que levantamos, desde la primera piedra hasta la última, las escuelas, las universidades, los ministerios, las cúpulas de los templos donde los afamados pintores diseñarían sus hermosas escenas bíblicas y sus frescos representando a pueblos en días festivos, las prisiones donde se nos encerraría después, a la primera consigna de ¡¡Huelga!!; los mercados, los museos, las lujosas escaleras de las mansiones, las lonjas, los faros y castillos; los que pregonábamos en las calles: ¡¡Buena miel y buen queso…de la Alcarria, miel!! y los que dinamitamos las montañas y apilamos, piedra sobre piedra, los bloques que embalsan las aguas de los inviernos; los que elaboramos los ricos tapices que adornan los suntuosos palacios donde hoy tenemos prohibida la entrada; nosotros construimos las ciudades y las volvimos a reconstruir tras las guerras desatadas por la codicia y la intransigencia de los reyes y de sus generales; los que defendimos sus puertas de las tropas sediciosas, cuando ellos quisieron conculcar las leyes y los derechos duramente conquistados; los que conducíamos los carros cargados de leña; los que quebrábamos el silencio de los bosques con nuestras hachas y nuestras sierras mientras cortábamos los troncos de los álamos bajo los aguaceros del invierno; los que trabajábamos el carbón en lo profundo del bosque y los que descendemos a las profundas minas para extraer los minerales; los que construimos la centrales eléctricas. Nosotros los que, hombre a hombre, sueño sobre sueño, construimos el sindicato, el partido donde se forjó la unidad y la lucha obrera…
los que incendiábamos las noches con las llamas paganas de nuestras hogueras en los solsticios de invierno y verano; los que literalmente volamos sobre las tarimas de los escenarios, y arrancamos hermosos acordes a los instrumentos musicales, en los túneles del metro y en los confortables auditorios; los que ordenamos y archivamos los hermosos libros de literatura y de viajes en los anaqueles de las librerías y de los museos.
Nosotros mismos éramos los que pregonábamos en las calles, no hace tanto, bajo la amenaza constante de los pistoleros de Falange y los esbirros de la patronal: ¡¡Mundo Obrero!! ¡¡Castilla Libre!! ¡¡Política!! ¡¡Prensa obrera!!
Por todo eso, por el triunfo de los sueños y las aspiraciones de la clase trabajadora sobre las leyes del mercado; por la solidaridad, por el internacionalismo proletario, como homenaje y recuerdo hacia aquellos que, por la sola justicia, trajeron el Frente Popular a España hace setenta y cinco años, nuestro grito en este día no puede ser otro que…
¡¡ Viva la lucha de la clase obrera!! ¡¡Viva la República!!